estar dispuesto a morir antes que a matar

“O nos empobrecemos, o matamos” es el dilema trágico con que se presenta nuestro presente. Lo formulaba así Emilio Santiago Muíño en un coloquio que tuvo lugar en el local de Ecooo (Lavapiés, Madrid) el 3 de abril de 2018. Estaba extremando una verdad –pero diciendo verdad.

¿Qué clase de prosperidad es posible, para la enorme población humana que somos, dentro de los límites del planeta Tierra? Entre los criterios oficiales de pobreza en nuestro país se encuentra el no comer carne o pescado todos los días (y así, hoy, el 3’7% de la población española padece esa dieta de pobreza, según el INE).[1] Pero, por otra parte, los insostenibles consumos de carne (y pescado) propios de las dietas occidentales tendrían que reducirse en un 90%, para permanecer dentro de los límites ecológicos…[2]

El 10% de la población mundial emite el 50% del dióxido de carbono; y el 20% emite el 70%. Pero usted y yo, amable lector/a, estamos probablemente en ese 20%… No se trata de los superricos, sino de lo que solíamos llamar el “Norte global”.

Ahora bien: la mayoría social, en nuestros países maleados por más de tres decenios de neoliberalismo, no va a aceptar semejante disyuntiva (“o nos empobrecemos, o matamos”). “Jeffrey Kiehl era un científico senior del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en EEUU cuando se preocupó tanto por la forma en que el cerebro humano se resiste a la ciencia del clima que se tomó un descanso y obtuvo un título en psicología. Tras diez años de investigación, ha llegado a la conclusión de que el consumo y el crecimiento económico se han vuelto tan importantes para nuestro sentido de identidad personal y el temor a la pérdida económica crea una ansiedad tan entumecedora que, literalmente, no podemos imaginarnos realizar los cambios necesarios [para evitar lo peor del calentamiento climático]. Aún peor, aceptar los hechos nos amenaza con una pérdida de fe en el orden fundamental del universo”.[3]

Así, la mayoría social negará que nuestra realidad quede captada en una disyuntiva tan sombría (“o nos empobrecemos o matamos”), y preferirá acogerse al implausible imaginario de progreso –hoy extremado en las promesas del transhumanismo. Pero ese rechazo a reconocer nuestra realidad trágica nos entrega entonces sin resistencia a las dinámicas sistémicas que nos conducen inexorablemente al segundo cuerno del dilema: estamos matando, y mataremos todavía más. Por desgracia, sabemos que sociedades enteras pueden acostumbrarse rápidamente a ello (el ejemplo más terrible, en el pasado reciente, nos lo proporciona la consolidación del nazismo en la Alemania del decenio de 1930).

Una mujer escribe en un tuit este resumen de la situación política del mundo en 2018: “Asesinos que apoyan a asesinos echándoles en cara a otros asesinos que sean asesinos y apoyen a otros asesinos”. Éste es un buen momento para recordar aquella otra verdad elemental sobre la que Manuel Sacristán insistía en los últimos años de su vida: pacifismo no consiste en no querer morir, sino en no querer matar.

 

 

[1] Inma Ruiz Molinero, “La pobreza se enquista en España pese a la mejora de la economía”, El País, 13 de octubre de 2018; https://elpais.com/sociedad/2018/10/12/actualidad/1539372072_269456.html

[2] Damian Carrington: “Huge reduction in meat-eating ‘essential’ to avoid climate breakdown”, The Guardian, 10 de octubre de 2018; https://www.theguardian.com/environment/2018/oct/10/huge-reduction-in-meat-eating-essential-to-avoid-climate-breakdown . Resume resultados de un importante estudio científico publicado en Nature: Marco Srpingmann y otros, “Options for keeping the food system within environmental limits”, Nature 2018, https://www.nature.com/articles/s41586-018-0594-0

[3] John H. Richardson, “When the end of human civilization is your day work”, Esquire, 7 de julio de 2015; https://www.esquire.com/news-politics/a36228/ballad-of-the-sad-climatologists-0815/