esto lo cambia todo, 2

1918, termina la primera guerra industrial con más de diez millones de muertos. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

 

1945, proyecto Manhattan, bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

 

1962, “crisis de los misiles” en Cuba, el mundo al borde de la guerra termonuclear –el enfrentamiento final entre las dos superpotencias. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

 

1972, debate mundial sobre Los límites del crecimiento (el “informe Meadows”). Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

 

1986, estalla la central nuclear de Chernóbil. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

 

2014, Naomi Klein –estremecida por la dinámica del calentamiento global- nos grita: esto lo cambia todo.

 

Pero hay –ay- dos premisas ocultas en el enunciado This changes everything, que titula el cuarto libro de Klein. La primera: si Homo sapiens fuese un animal racional… Y la segunda: si no estuviésemos sometidos a los automatismos de la reproducción ampliada del capital, en una sociedad fetichista… entonces sí, esto (el calentamiento global que va camino de convertirse en apocalipsis climático) lo cambiaría todo.

 

Todo hubiera tenido que cambiar, sí. Hace muchos decenios… “No sé los horrores que nos aguardan” –escribía Bertrand Russell en 1961- “pero nadie puede dudar de que, a menos que se haga algo radical, el hombre de la era científica está sentenciado. En el mundo en que vivimos existe un activo y dominante deseo de muerte que, hasta ahora, en todas las crisis, ha podido más que la cordura. Si hemos de sobrevivir, tal estado de cosas no debe continuar.”[1]

 

Hannah Arendt escribió en 1968 que “por primera vez en la historia, todos los pueblos de la Tierra tienen un presente común”[2] (resaltando el aspecto de solidaridad negativa, avivada no tanto por aspiraciones positivas comunes sino por el miedo a la destrucción global: sobre todo, la guerra nuclear). En 1972, la primera de las conferencias mundiales de NNUU sobre medio ambiente se celebró en Estocolmo bajo el lema Una sola Tierra (Only One Earth). Aunque ese diagnóstico de un solo tiempo y espacio para una sola humanidad requiere matiz (Francisco Fernández Buey escribió muchas veces sobre la no contemporaneidad en la historia mundial), capta algo muy importante que podemos quizá recoger en la noción de panhumanidad.[3] El surgimiento de una sola humanidad en un sentido significativo tendría que haber conducido a un estadio moral nuevo, que por ejemplo los movimientos ecologistas invocaron desde los años setenta bajo la noción de conciencia de especie.[4]

 

No obstante, la tendencia en ese sentido que se hacía patente en los años sesenta y setenta tuvo que retroceder a partir de los ochenta, a medida que iba ganando posiciones la “nueva razón del mundo” neoliberal, rabiosamente contraria a los elementos de solidaridad planetaria y primacía del bien común que encarnaba la conciencia de especie. Por desgracia, ello ha agudizado la crisis de civilización consustancial al capitalismo casi desde sus orígenes hasta un extremo que hoy cabe describir como guerra civil global.[5] Las perspectivas son sombrías. “Las dos formas en que la humanidad puede autodestruirse –la guerra civil a escala mundial o la devastación del medio ambiente- están convergiendo rápidamente.”[6]

 

[1] Bertrand Russell, ¿Tiene el hombre un futuro?, Aguilar, Madrid 1962, p. 43.

[2] En su ensayo sobre Karl Jaspers en Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona 2017, p. 91.

[3] Noción que introducen (a partir de las imágenes de la Tierra vista desde el espacio que fotografiaron los astronautas desde finales de los años sesenta del siglo XX) Sarah Franklin, Celia Lury y Jackie Stacey en su libro Global Nature, Global Culture, SAGE Publications, Londres 2000, p. 28.

[4] Francisco Fernández Buey lo formulaba así: “A la globalización de la economía tiene que corresponder una ética mundial basada en la conciencia de especie (…). Sólo que la conciencia de especie está aún por construir” (Fernández Buey, Ética y filosofía política, Edicions Bellaterra, Barcelona 2000, p. 114). “Entiendo por conciencia de especie la configuración culturalmente elaborada de la pertenencia de todos y cada uno de los individuos humanos a la especie Homo sapiens y, por tanto, no sólo la respuesta natural reactiva de los miembros de la especie humana implicada en el hecho biológico de la evolución. En este sentido, se podría decir que la configuración de una conciencia de especie corresponde a la era nuclear –o mejor aún: de las armas de destrucción masiva— y a la época de la crisis ecológica global y de las grandes migraciones intercontinentales, como la conciencia nacional correspondía a la época del colonialismo y la conciencia de clase a la época del capitalismo fabril” (op. cit., p. 137-138).

[5] Pankaj Mishra, La edad de la ira, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017, p. 39.

[6] Mishra, La edad de la ira, p. 33.