Vivimos en un mundo de fantasía. Ello es inevitable (pues la imaginación humana es un rasgo antropológico fundamental). Pero la situación se vuelve muy complicada, y hasta peligrosa o letal, cuando la actividad fantasear se desmanda: e imaginamos, por ejemplo, que los dioses exigen sacrificios humanos cuantiosos para preservar el orden del mundo –como les sucedía a los aztecas/ mexicas en el siglo XV, o como de otra manera les sucede a los creyentes neoliberales hoy en día–; o cuando imaginamos que el crecimiento económico puede continuar indefinidamente dentro de un planeta Tierra finito.