Blas de Otero quería escribir “la poesía en los siglos futuros con el pan en medio de la mesa y un avión a Marte todos los miércoles”. No llegó a intuir –como le pasa a la mayor parte de nuestra izquierda— que el esfuerzo por inaugurar la línea aérea a Marte (que no se inaugurará jamás, dicho sea de paso) es una de las causas que impiden que haya pan encima de cada mesa.
Harald Welzer evoca su niñez en la Alemania occidental de los años sesenta, la adoración por las proezas técnicas, los cómics de Walt Disney que incluían separatas tecnoentusiastas sobre “Nuestro amigo el Átomo”, juegos de mesa como Öl für alle (“Petróleo para todos”), las promesas del progreso inacabable: “Si la misión Apolo era posible, entonces realmente todo era posible”.[1] Hay que volver a reflexionar sobre el programa estadounidense Apolo: la nación más poderosa de la Tierra, en lo más alto de la sobreabundancia energética proporcionada por el petróleo, concentró sus esfuerzos en llevar a un puñadito de seres humanos a la Luna (ganando así a los soviéticos la carrera espacial). Fue una hazaña que luego no pudo volver a repetirse: acabó la misión Apolo y la Luna quedó tan sola como lo estuvo durante millones de años. A pesar de nuestras fantasías de conquistar Marte, resulta harto dudoso que Homo sapiens pueda siquiera volver a pisar la Luna, en tiempos de descenso energético. ¿Nos atreveremos a encarar de verdad quiénes somos, dónde estamos, y qué clase de expectativas realistas podemos abrigar en el segundo decenio del siglo XXI?
[1] Harald Welzer, Selbst denken –Eine Anleitung zum Widerstand, Fischer, Francfort del Meno 2013, p. 9 (trad. J.R.).