hartazgo de lo que uno no come (sobre la política ambiental en España)

La popular escritora estadounidense Donna Leon, conocida no sólo por sus novelas negras sino también por su activismo medioambiental, se quejaba no hace mucho: “Cuando empiezo a hablar de ecología la gente bosteza. Antes de abrir yo la boca ya ponen cara de hastío”. Análoga sensación de hartazgo sin haber comido casi nada –en lo que a acción pro-ecológica eficaz se refiere— hallamos en España: como si el país tuviera en el estómago uno de esos balones llenos de aire que los cirujanos implantan a veces para combatir la obesidad mórbida…

Sugiere la investigadora de la UAM Conchi Piñeiro que, la par que crece la oleada de “moda verde”, se extiende también una visión contraria a lo ambiental, que puede ir desde la percepción del tema como algo proselitista hasta la idea de lo ecológico como algo perteneciente al stablishment, contra lo que habría que luchar o rebelarse. Además, acerca de las cuestiones ecológicas y ambientales parece cundir el cansancio y un desengañado hastío entre la población. Los sociólogos habla de “ecofatiga”, lo que se manifiesta por ejemplo en la vigencia del estereotipo cultural del “ecologista coñazo”… Por ejemplo, comenta el avispado novelista Rafael Reig: “Se echa en falta el Quijote o el Cándido de nuestra sociedad, el que cumpla a rajatabla [como Don Quijote el código de la caballería] el (tedioso y pormenorizado) reglamento de la corrección política, la solidaridad, la tolerancia, la multiculturalidad, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, la salud, la gimnasia, la indumentaria y hasta la sexualidad contemporánea”. Resulta singular que, en esta época de dominio cultural aplastante por parte del capital, ésa que sugiere Reig sea la norma cultural frente a la que habría que levantar las armas de la sátira…

La hipocresía, se ha dicho muchas veces, es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. (En nuestras sociedades, como se sabe, la hipocresía asume a menudo la forma de lo políticamente correcto.) Hoy la palabra sostenibilidad se ha convertido en una broma en manos de los departamentos de marketing de las empresas automovilísticas, eléctricas, los hipermercados y grandes almacenes… En el tardocapitalismo, la omnipresencia del marketing (creador de un mundo imaginario motivado por intereses mercantiles, lo cual induce un divorcio sistemático entre apariencia y realidad) resulta un fabuloso caldo de cultivo para la hipocresía. Pero no cabe ignorar que la cultura que prevalece –la que se traduce en prácticas no discursivas– es abrumadoramente productivista.

Se nos ofrece algo que parezca gobierno democrático aunque no lo sea, algo que parezca socialdemocracia aunque no lo sea, algo que parezca libertad aunque no lo sea, algo que parezca justicia aunque no lo sea, y desde luego algo que parezca sostenibilidad aunque no lo sea… El marketing pudre la cultura entera –y tiende a convertirse en la entera cultura de la “sociedad del espectáculo”. Si don Ludwig Feuerbach –aquel filósofo materialista que en el prólogo a su Esencia del cristianismo escribía: “la apariencia es la esencia de nuestra época: apariencia nuestra política, apariencia nuestra religión, apariencia nuestro conocimiento”—levantara la cabeza…

Concluyó hace pocos días la cumbre de Durban. Pero no se salvó (no se dieron pasos para salvar) el clima: si acaso, se salvó el proceso de preocuparse por el clima (al menos en apariencia). No se entienden las políticas ambientales contemporáneas (o más bien su insuficiencia y su ausencia) sin emplear el concepto marxista de falsa conciencia. Y en este contexto, las organizaciones ecologistas –Ecologistas en Acción, Greenpeace, Amigos de la Tierra, WWF-Adena, SEO-Birdlife y otras– son una conciencia lúcida, y una pequeña capacidad de acción, que lleva decenios luchando meritoriamente: pero no logran la necesaria inflexión en la desastrosa trayectoria productivista/ consumista que sigue apoyando la mayoría social.

La casa está ardiendo. Los pirómanos siguen al mando. Y la gran mayoría de los habitantes continúa embobada, mirando el chisporroteo de las llamas.

 (Artículo publicado en La Vanguardia el 22 de diciembre de 2011, en una versión abreviada.)