O fundamentos absolutos –con garantía metafísica–, o ningún fundamento. Éste es el sofisma (de los que suelo llamar “falacia de las alternativas”) que lleva a una parte de la Iglesia católica, y junto con ella a un pensador tan agudo como Leszek Kolakowski, a denunciar en bloque la Ilustración europea, y todo lo que siguió, como un camino errado.
Pero, claro está, entre el absolutismo teológico y el nihilismo de brocha gorda hay un amplio terreno. Dentro de él se sitúa el espacio de humanismo –que probablemente tenga que ser un humanismo trágico.
“En el centro de cualquier perspectiva debe estar el ser humano, y no sólo las fuerzas económicas, aisladas y abandonadas a sí mismas, como sucede en la actualidad”[1], declaraba el artista plástico Joseph Beuys en 1972, el mismo año en que la publicación del primer informe al Club de Roma desencadenó por vez primera un vivo debate mundial sobre los límites del crecimiento[2]. Esa actualidad sigue siendo, lamentablemente, la nuestra, más de cuatro decenios después. A mi entender, conserva toda su vigencia el programa humanista de reforma económico-social al que Beuys daba voz circunstancialmente: siempre que entendamos que se trata de un humanismo no antropocéntrico, autolimitado, ecológico (lejos por tanto de extravíos prometeicos).
[1] Joseph Beuys en Clara Bodenmann-Ritter: Joseph Beuys. Cada hombre, un artista,La Balsa dela Medusa/ Visor, Madrid 1998, p. 63.
[2] Donella H. Meadows/ Dennis L. Meadows/ Jorgen Randers/ William B. Behrens III: The Limits to Growth. A Report for the Club of Rome’s Projetc on the Predicament of Mankind, Potomac, Londres 1972. Existe traducción al español: FCE, México 1972. El debate está bien recogido en Willem L. Oltmans (comp.), Debate sobre el crecimiento, Méjico, FCE 1975.