individuación paradójica

La filosofía presupone y produce individuación: un individuo –valga Sócrates como prototipo— se extrae con más o menos esfuerzo de una matriz cultural previamente incuestionada y toma distancia crítica, desde la cual indaga, interroga, cuestiona. “Pienso luego molesto”: el filósofo como tábano o mosca cojonera de su comunidad. Pero estos procesos de individuación tienen algo de paradójico, en cuanto que se trata de realizar una transformación radical –por eso hablamos a veces de “conversión”– de la relación que mantienen el yo y sus mundos (sociales y naturales), “una transformación interior, gracias a una alteración absoluta en su manera de ver y de vivir” (Pierre Hadot). Los “ejercicios espirituales” de la filosofía son de alguna forma técnicas del yo para deshacerse del yo: en Plotino, por ejemplo, se trataría de hacerse uno con el Uno tras destruir por completo la individualidad. Y de manera más amplia, cualquier ejercicio espiritual filosófico supone “el regreso a sí mismo, con lo cual el yo se despoja de la alienación donde lo habían sumido las preocupaciones, las pasiones, los deseos. Liberado por fin de esta manera, el yo deja de ser esa individualidad nuestra, egoísta y pasional, para convertirse en sujeto de moralidad, abierto a la universalidad y a la objetividad, participando de la naturaleza o del pensamiento universal”.[1]



[1] Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Siruela, Madrid 2006, p. 50.