juanjo álvarez sobre la ética y todo lo demás

(Pero, querido Juanjo, ¿cómo podría la ética no ser sociológica, histórica, psicológica, neurológica, antropológica y darwinianamente evolutiva? Si el ser humano es sociológico, histórico, psicológico, neurológico, antropológic0 y darwinianamente evolutivo, ¿cómo no lo sería la ética, que trata de sus conductas reales y posibles, feas y hermosas, reprensibles y exigibles? Lo verdaderamente extraordinario sería que la ética no fuera todo eso… El problema suele estar en el reduccionismo descendente que practican algunos científicos poco avisados. Si las propiedades emergentes en un sistema -pongamos, el ser humano en sus nexos con los demás seres humanos- nos hacen subir algún peldaño de la escalera de la vida, ¿por qué deberíamos aferrarnos al dogma de que sólo son reales los peldaños de abajo, y no los de arriba?)

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La ética y todo lo demás

 

1. Cuenta Salvador Giner en un libro reciente, El origen de la moral,  que la ética es un fenómeno sociológico. Cuenta, por supuesto, muchas otras cosas, pero esta parece ser una de las tesis centrales. No es de extrañar, dado que Giner es sociólogo, pero es que también afirma que la moral es radicalmente histórica. Si se lee rápido, todo esto puede darse por bueno sin más, o, por el contrario, considerarse una aberración, si es que partimos de una defensa de la absoluta pureza de la ética. El asunto, nos parece, merece una segunda mirada a la vista de la diversidad de contenidos de los distintos códigos éticos que han funcionado y de los que siguen funcionando, y de la incapacidad de diálogo que muestran la mayor parte de los modelos teóricos.

Los diversos orígenes, los diversos campos de actuación en los que se genera la ética, parecen dar la razón a Giner en su afirmación de que la ética es sociológica e histórica, y aun se podría añadir psicológica, neurológica, antropológica. Quintín Racionero hablaba de una «pragmática sucia», esto es, implicada en lo real, para desbordar el conocimiento pretendidamente puro y superar las incapacidades de la razón ilustrada; Tugendhat pone la antropología en el centro de la investigación ética y Riechmann construye una ética de «largo alcance»  desde el análisis de necesidades, capacidades y efectos de la acción humana. Estas posturas apuntan formas muy productivas de enfrentarse a problemáticas reales, precisamente la tarea en la que fracasaban modelos teóricos de amplia aceptación como el kantiano en sus diversas formulaciones – ¿quién se atrevería a hacer de su comportamiento una norma universal? – y, más aún: su implicación en las prácticas reales permite localizar puntos de consenso sobre los que construir diálogo entre tradiciones y culturas divergentes.
2. A quienes vengan a estar de acuerdo con lo que decíamos la semana pasada se les puede venir encima uno de los más terribles problemas de la ética, a saber: si se trata de un fenómeno radicalmente sociológico e histórico, ¿cómo se puede razonar? La razón parece ser el único rasgo exclusivamente humano, el único agarre desde el que abordar soluciones a nuestros problemas – tan humanos – pero si la ética está tan condicionada, si somos seres que modifican su comportamiento de acuerdo a las pautas de la historia y a los condicionamientos que en entorno social produce, entonces el espacio del razonamiento ético queda más o menos limitado o suprimido.
Bien, de acuerdo: que no cunda el pánico. Ese escondido lugar de la razón debe estar en alguna parte. Tal vez podemos encontrarlo siguiendo las pautas de algún sabio: pongámonos sesudos – con perdón – y recordemos a Habermas, con su teoría del interés y el conocimiento que se determinan conjuntamente y con su proyecto de razón comunicativa. Con lo primero llegamos a un punto de unión entre la práctica y la razón teórica que nos viene mejor que bien en esta tesitura, con lo segundo tenemos arreglada la generación social y a la vez razonante de lo ético. Aunque es cierto – lo reconocemos – que es un espacio arcano, que nadie ha encontrado aún esa Arcadia de la igualdad en la que posiciones y creencias se neutralizan para alcanzar un diálogo puro. Pero siempre podremos reciclarlo.

Busquemos también en otra parte, por ejemplo, en los movimientos asociativos, los CSA, el llamado movimiento autónomo, que funciona y produce dinámicas reales de diálogo en condiciones que tienden a la igualdad, aunque no lleguen a la pureza prístina. En proyectos como estos se puede esperar la producción de un conocimiento cuyos orígenes sociológicos o históricos no sean – o no completamente – determinantes de lo ético, puesto que se trata de un conocimiento que es consciente de sus limitaciones y las usa inteligentemente. Por ejemplo: si la sociedad de masas impide la comunicación y bloquea la discusión en favor de unas élites socio-económicas, juntémonos de diez en diez, o de veinte en veinte para controlar ese factor. La definición de los múltiples factores que pueden afectar a la racionalidad ética no siempre será tan obvia y su articulación con el conocimiento objetivo exigirá mecanismos complejos, pero esto no debería impedirnos ver esto como una alternativa que tenemos delante.