Justicia, eficacia, calidad y eficiencia desde la izquierda
Por René Ramírez
En la teoría neoclásica existe un supuesto trade off entre justicia (entendida como equidad) y eficiencia. Se suele argumentar que si se transfiere dinero de un rico a un pobre generalmente hay costos de transacción (usualmente por la intervención estatal) que van en detrimento de la eficiencia de mercado.
Esta afirmación ha guiado implícita o explícitamente el accionar político de las políticas públicas. No obstante, este “dogma de fe” que fue tomado de igual forma por la corriente de pensamiento de derecha –como ha sido demostrado a lo largo de la historia económica y político-intelectual de las últimas décadas- contiene muchos supuestos que no se cumplen: existe asimetría de información, no siempre existe competencia perfecta, los precios esconden información importante en la valoración de los bienes y servicios, la economía no se encuentra siempre en pleno empleo, entre otros. En tanto, lo más importante para la derecha ha sido la eficiencia de mercado puesto que por arte de magia la redistribución llegará, la orientación de la política ha sido no impedir el “buen” funcionamiento del dios mercado.
Por el otro lado, la izquierda, a nombre de las injusticias históricas, ha tenido como su principal lucha redistribuir la riqueza sin preocuparse mucho (casi nada en algunos países) por la búsqueda de la eficiencia.
Ahora bien, el primer punto que se debe desmitificar es la existencia misma de tal disyuntiva; es decir, que si se aboga por políticas distributivas necesariamente se camina en contra de la eficiencia, y viceversa. De hecho, en economías como la ecuatoriana podría afirmarse que –en algunos casos– la mejor política redistributiva es la eficiencia y la mejor política de eficiencia es la búsqueda de la justicia.
Esto me lleva al centro de la argumentación de este escrito. Es necesario romper con la supuesta univocidad, neutralidad y ahistoricidad de estos conceptos (incluido el de calidad, como mencionaré más adelante) y visibilizar su carácter problemático y político. Así como Amartya Sen pregunta: igualdad, ¿de qué?, es posible y necesario preguntarse: eficiencia, ¿de qué?, calidad, ¿de qué?
Vamos por parte. Los conceptos no son buenos, malos o deseables per se. En un país con poca riqueza, procesos redistributivos pueden llevar a “igualar pobrezas”. En economías con alto desempleo, la búsqueda de eficiencia puede llevar a más desempleo al buscar la producción con la menor cantidad de “recursos” posibles.
Algunas veces hay que buscar la eficiencia para luego redistribuir; en otros casos, hay que sacrificar eficiencia por la necesidad de buscar mayor justicia. El Ecuador, puede señalarse, tiene la suficiente riqueza para superar toda la pobreza que registra su población (el ingreso o consumo per cápita son, aproximadamente, dos a tres veces superior a la línea de pobreza); pero, de la misma forma, tiene un sistema económico extremadamente ineficiente que imposibilita que cada ciudadano pueda recibir más pastel incluso del que recibe con la actual redistribución; es decir, cada ecuatoriano o ecuatoriana podría tener mayor riqueza per cápita si el sistema fuese más eficiente.
La temática adquiere otra dimensión cuando hablamos de procesos políticos de cambios revolucionarios en donde claramente se parte de la necesidad de transformar la sociedad. En este marco, el primer paso radica en definir política y colectivamente la sociedad en la que se quiere vivir (por ello, la importancia de establecer un nuevo pacto de convivencia, en el caso del Ecuador materializado a través de un nuevo texto constitucional aprobado popularmente en el año 2008). El segundo paso radica en ser eficaz en conseguir tal objetivo. Únicamente luego de satisfechos estos dos procesos podrá procederse a hacer la pregunta qué igualdad y qué eficiencia.
Ser eficientes en procesos de transformación social radical sin ser eficaces en el objetivo que se quiere alcanzar puede llevar a profundizar una sociedad injusta que se desea –precisamente– dejar atrás. Así por ejemplo, si el sistema productivo es generador de injusticias y somos más eficientes sin transformar ese patrón productivo, lo que se está haciendo es profundizar tales injusticias. En este sentido, se debe ser eficaz en transformar el patrón de especialización o re-enrumbar la dirección del barco para luego ser eficientes. El orden de los factores sí altera el producto en este caso.
A su vez, es necesario desde la izquierda disputar la definición de eficiencia. Desde la mirada economicista, eficiencia es la cantidad mínima de inputs para obtener un nivel dado de outputs; que se traduce en el capitalismo en minimizar costos para obtener la mayor ganancia o beneficio posible. Si la izquierda sigue midiendo el valor en unidades monetarias jamás podrá disputar el sentido de la eficiencia neoclásica. Así por ejemplo, se podría medir en unidades físicas la eficiencia: unidades de energía, de tiempo, de biomasa o de vidas humanas. Es más eficiente un sistema cuando para la producción de un mismo bien utiliza menos energía (julios), tiempo (horas), produce menos desperdicios/contaminación (kilocalorías) o permite “garantizar más” vida (y, su reproducción). ¿Qué es más eficiente: construir un hospital que demore 5 años y cuyo costo sea un 20% más barato, a un hospital que se demore 3 años y su valor sea 20% más caro? Claramente, la respuesta desde una visión de izquierda no vendrá –únicamente- de analizar los costos monetarios entre ambas alternativas.
En sociedades que parten de un nivel inicial de alta desigualdad y que no se encuentran en el pleno empleo, se puede mejorar el bienestar de una persona sin empeorar el del otro, pero el que recibe la mejora puede ser el que se encuentra mejor ubicado socialmente. Puede resultar inmoral que a nombre de buscar la eficiencia (paretiana), un multimillonario reciba aún más riqueza, y un indigente que no ha satisfecho sus necesidades mínimas se quede en su situación inicial.
A su vez, la izquierda tiene que disputar la distribución en el proceso. Usualmente la derecha ha señalado que es necesario primero tener un sistema de mercado eficiente dado que la redistribución vendrá de la mano invisible. A más de saber que históricamente dicha premisa no se ha cumplido, ha imposibilitado pensar desde la economía política cómo tener un sistema más justo no solo en el momento de la distribución sino en el mismo instante que se está “cocinando el pastel”. En otras palabras, la izquierda debe buscar “redistribuir produciendo”, pero a la vez “producir distribuyendo”. Esto último implica tener un sistema de organización y de propiedad que trascienda al exclusivo del capitalismo basado en la relación capital/trabajador y propiedad privada/asalariado, respectivamente; es decir, construir una verdadera economía plural con mercado y no de mercado.
Y, ¿qué con la calidad? Un proyecto de izquierda no puede hablar de eficiencia sin hablar de calidad. La calidad tampoco es un concepto ahistórico, a-neutral o a-territorial. La calidad es –siguiendo a Laclau– un significante vacío que es necesario llenarlo de contenido. La calidad tiene que ver con los procesos y acciones que garantizan perdurabilidad del resultado deseado en un momento histórico particular; en este marco, también es un concepto en disputa política y por ello contienen una problematicidad ineludible. Si la democracia actual tiene un sesgo patriarcal, la calidad de la democracia debe tener aroma de mujer.
Así por ejemplo, en este momento histórico en el Ecuador, entre otras características, la calidad en el campo de la educación superior pasa por la generación de condiciones y resultados que permitan producir conocimiento nuevo (no solo transmitir) y crítico en función de las necesidades y potencialidades de su población y en el marco de la construcción de un nuevo orden social: la construcción de una democracia humana sostenible que base su materialidad en una transformación productiva justa. En países asiáticos que han conseguido el objetivo de ser generadores de conocimiento, actualmente la calidad pasa –entre otras disputas- por la producción de un sistema que permita generar conocimiento y aprendizaje a través de procesos que profundicen el diálogo de civilizaciones (oriente-occidente, principalmente).
En Ecuador, de nada serviría tener una mayor eficiencia terminal en el sistema de educación superior sin cambiar la calidad del sistema. La premisa precedente no fue un problema en el neoliberalismo que buscó mayor eficiencia terminal sin importar la calidad del titulado. Incluso podría señalar que hubiese sido deseable ser más ineficiente en aquellas universidades de peor calidad (categoría E) que fueron cerradas por falta de calidad (no siempre “más” es “mejor”). No es casualidad que emergieran universidades privadas u oferta estatal que ofrezcan títulos de fines de semana y sin el conocimiento que lo respalde. Si se hubiese permitido que las 14 universidades cerradas continúen funcionando, tendríamos más titulados pero sin que ello implique tener la posibilidad de disputar el tener un titulado con mayores capacidades para generar conocimiento innovador y por lo tanto con poca probabilidad de generar transformación social posible. Una vez más, no es lo mismo eficiencia y luego calidad, que calidad y luego eficiencia. En un sistema con estándares mínimos de calidad, la premisa sería calidad y eficiencia a la vez. Dado el momento histórico que vive el país, el orden de los factores vuelve a alterar el producto, una vez más.
En el mediano o largo plazo, la mala calidad conlleva –sí o sí– a grandes ineficiencias e injusticias sociales dado que usualmente la peor calidad es para los más pobres.
La primera pregunta que se debe hacer entonces la izquierda en cada campo es calidad, ¿de qué? Por otra parte, lo que sí no debe dejar pasar la izquierda es que la excelente calidad debe ser para todos, y sobre todo para los más excluidos y pobres para remediar las injusticias históricas y permitir encuentros sociales sin ningún tipo de distinción.
En este sentido, a diferencia de la construcción de la derecha que postula que los conceptos como equidad/igualdad, eficiencia, eficacia y calidad son buenos o malos o deseables per se, la izquierda tiene que recuperar el sentido político e histórico de los mismos en el marco de la edificación del nuevo orden social que intenta transformar. No hacerlo o al menos no problematizarlo sería una señal de que la izquierda no ha sido capaz de romper con el discurso y la práctica hegemónica del neoliberalismo. ¡Un reto más para la Revolución Ciudadana en este segundo período!