la aspiración ética, una tarea inacabable

El filósofo francés Paul Ricoeur propuso la siguiente fórmula para tratar de captar la aspiración ética en una suerte de triángulo con tres vértices: (a) tratar de lograr una vida buena, (b) junto con los otros, (c) en el marco de instituciones justas[1]. Ricoeur establece una interesante analogía con los pronombres personales: (a) el “yo” que aspira a la vida buena (b) en diálogo con un “tú” (c) en el contexto de la tercera persona, un “él”, que incluye la referencia al otro de la anonimidad impersonal y de lo institucional, en cuyo marco discurre la acción humana.

La cuestión es que si nos fijamos en cada uno de los elementos de la terna, rápidamente nos daremos cuenta de que se trata de tareas inacabables. (a) Para aproximarme a una vida buena, tengo que hacer frente y tratar de contrarrestar tendencias humanas tan arraigadas como la egocentricidad, o el estar demasiado pendiente de la mirada de los demás[2]. (b) El vínculo con el “tú” siempre me plantea tareas exigentes: ¿por qué debería dejar de explotar las ventajas que me confiere, por ejemplo, una posición de superioridad? En el límite: ¿por qué debería dejar de matar al extranjero, apropiarme de todo lo suyo y comerme su cuerpo? (c) No podemos vivir sin instituciones, y al mismo tiempo las instituciones que vamos construyendo nunca nos convienen del todo: esa desdichada tendencia a que los medios se nos conviertan en fines… Recurrentemente las instituciones adquieren una vida propia, dejan de servir –al menos parcialmente— a los propósitos para los que fueron creadas y tienden a perseguir su propia perpetuación, como si fueran fines en sí mismos…

Tanto (a) como (b) y (c), los tres vértices del triángulo de Ricoeur, son trabajos de Sísifo. La aspiración ética –ser humanos, en un sentido normativo— es una tarea inacabable. No apta para perezosos/as: ay, no podemos tumbarnos a descansar…

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Sugería Michio Kaku (en Parallel Worlds, Penguin Books 2006) cuatro criterios de vida buena –metas valiosas que una sociedad puede facilitar o imposibilitar a sus integrantes–: 1) realizar un trabajo útil, 2) dar y recibir amor, 3) desarrollar nuestros talentos y capacidades y 4) dejar tras nosotros un mundo mejor que el que nos encontramos. La camarilla de esbirros del capital que nos gobierna lo está poniendo dificilísimo en todas esas dimensiones…

 


[1] “Llamamos intencionalidad ética a la intencionalidad de la ‘vida buena’ con y para otro en instituciones justas.” Paul Ricoeur, Sí mismo como otro, Siglo XXI, Madrid 1996, p. 176. Cf. también Juan Masiá, El animal vulnerable, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid 1997, p. 222 y ss.

[2] Lo argumenté en Jorge Riechmann, “Vivamos bien”, introducción a ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, Los Libros de la Catarata, Madrid 2011.