Si se hiciera un concurso de usos fraudulentos y perversos del término sostenible, ese nuevo cliché del lenguaje políticamente correcto en las sociedades industriales, el jurado lo tendría difícil para designar ganador: tantos y tan acabados ejemplos pueden aducirse. Pero mi candidato sería la frase “existe un único modelo sostenible para el éxito nacional” (a single sustainable model for national success), modelo identificado con los EE.UU. belicistas e imperialistas de George W. Bush.
La frase aparece en el ominoso documento The National Security Strategy of the United States, la megalómana estrategia de poder global hecha pública en septiembre de 2002 por el gobierno de Bush. El periodista Bastenier propone un buen resumen de la situación:
“Diríase que está bastante claro que el presidente Bush ha decidido machacar Irak, informen lo que informen los inspectores de la ONU, haga Sadam Husein los actos de contricción que haga, vote lo que vote el Consejo de Seguridad, aunque es probable que todo se le acomode de forma que, además, pueda creer que está dando cumplimiento a los designios de la comunidad internacional. La doctrina del ataque preventivo, aquel en el que se elige a la víctima, sin duda partiendo de sus méritos históricos, pero antes de que haya siquiera levantado la mano en gesto de agresión, es la que hoy asume Washington. (…) En un documento al efecto, su principal autora, la asesora del presidente Bush, Condolezza Rice, dice que EE UU tiene que sacar las conclusiones que se derivan del hecho de que sea la única superpotencia mundial; de que –aunque no lo diga textualmente– una hipotética coalición de todos los poderes de la tierra tendría tantas posibilidades de prevalecer contra Washington como Andorra; y que, como corolario de lo anterior, es obligación moral de su país establecer un orden en el que los enemigos sean castigados, aun preventivamente, a la vez que, a no dudarlo, la Casa Blanca esté siempre obrando en favor del progreso y del triunfo de la democracia en el planeta.
Todo ello, como ha subrayado el autor estadounidense William Pfaff, equivale a liquidar el sistema mundial de Estados soberanos inaugurado por el Tratado de Westfalia en 1648, con la voladura del principio de que cada uno hace en su casa lo que quiere, siempre que no cause efectos directamente negativos en la del prójimo. Este planteamiento engloba nociones, también de reciente adquisición, como la injerencia humanitaria o la judicialización mundial de la política, pero únicamente a la carta, cuando el único poder lo considere conveniente. De esta forma, Washington ratifica la soberanía propia y rechaza, en principio, la de todos los demás, según su voluntad y preferencia. Sobre esa base, se opone a la Corte Penal Internacional, a la que niega toda vigencia en nombre de una universalidad exclusiva, que se halla por encima de las universalidades derivadas de consensos más o menos internacionales.”[1]
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Pietro Ingrao, recién nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Barcelona, comenta: “Ésta es la primera vez que una potencia habla de la guerra preventiva desde los tiempos de los fascismos, y no es una simple expresión. Está implícito en el documento estadounidense de defensa estratégica.”[2] En su discurso reflexiona así:
“(…) Es lo que he llamado la ilusión (o el engaño) de la ‘guerra celeste’. Brotó (¿lo recordáis?) aquella consoladora representación del piloto americano atravesando las orillas atlánticas, allá en la calma solitaria de los cielos lanzó la bomba inteligente, volviendo a casa, a la patria americana, limpio de manchas.
¡Qué horror! Sin embargo, vino la guerra de Afganistán y el ataque del cielo se ha mezclado con la cancelación de la ciudad, con los estragos civiles, con la máquina de las armas, dirigiéndose a los altiplanos y a los pliegues de la tierra. Y, paso a paso, cayeron amargamente las justificaciones éticas, las representaciones salvíficas, los sermones moralizantes.
Verdaderamente hasta ahora no han sido cancelados los vínculos formales que, en muchas Constituciones europeas y en la Carta de las Naciones Unidas, limitan el recurso a las armas. Todavía siguen ahí tales vínculos, escritos en leyes solemnes. Simplemente sucede que se han descabalgado o, de hecho, hechos trizas. El artículo 11 de la Constitución de mi país, que consiente sólo la guerra de defensa, se ha roto, sin que sobre ello haya sorpresa, ni escándalo, ni siquiera una discusión en el Parlamento o algunas aclaración del Presidente de la República, que observa sobre tal violación un religioso silencio.
Y hay algo que me espanta todavía más. Es el hecho amargo que, en nuestros países, el sentido común no se alarma, no tiembla. Hay que decir esta amarga verdad. Ojead los libros, oíd las palabras de los gobernantes, echadle un vistazo a los debates parlamentarios. Veréis que ha desaparecido la palabra ‘desarme’. Ya no la usa nadie. Es, en este sentido amplio y angustioso que yo hablo de ‘normalización de la guerra’. Se ha liquidado el espanto, el horror que sobrecogió a mi generación, que en aquel mayo de 1945, nos hizo jurar que nunca más debería volver la masacre.
¡Cómo mentíamos! Mirad hoy, mirad cómo se discute ahora, en estos días, abiertamente de un ataque a Irak y se invoca la ‘guerra preventiva’. Quien habla no es un político descerebrado o un gacetillero fanfarrón. Hoy lo propone al mundo, como obligación ineludible y urgente, el Presidente de los EE.UU., el jefe de la potencia más grande de la Tierra. Y eso sucede sin escándalo. No se reúnen con angustia los parlamentos. No suenan las campanas de las iglesias, los sindicatos no convocan huelgas. Atención: se ha convertido en normal la ‘guerra de prevención’, invocada por el país que se considera el guía del mundo…”[3]
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Qué guapas son las mujeres que se sienten guapas.
Si un economista valorador de lo no valorable tuviera que echar la cuenta de las “externalidades positivas” generadas por el esfuerzo de las mujeres por estar guapas, que a los varones heterosexuales nos alegra tanto la vida, ¿alcanzarían los dígitos de su calculadora?
La belleza de las mujeres, como la polinización de las abejas…
- [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 91-94. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]
[1] M.A. Bastenier: “Destino manifiesto”, El País, 9 de octubre de 2002. El texto sigue: “En 1823, el presidente Monroe proclamaba la doctrina de América para los americanos, pero aquello era más una jaculatoria que una realidad, puesto que sin el apoyo de la flota británica, a la que también le convenía dejar al resto de Europa al margen, semejantes propósitos resultaban impracticables; a mediados del siglo XIX, con motivo del despedazamiento de México, se formulaba complementariamente la visión del destino manifiesto, que transformaba la pretensión anterior en una tutela, ya con posibilidades de hacerse efectiva, sobre la totalidad del hemisferio; y en 1894, Frederick Jackson Turner publicaba su famosa obra en la que desarrollaba la idea de la frontera como fuerza modeladora de la democracia norteamericana. La conquista de la vastedad al oeste del río Misuri, que se estaba completando para entonces, así como su amueblamiento político-social, eran el gran arbotante del sistema. Y es hoy esa expansión de la idea de la frontera de Estados Unidos hasta el límite de lo planetario –lo que en la práctica constituye la negación de la frontera de los demás, ya que proclama su caducidad a conveniencia– la que está llegando a su plenitud con la doctrina del segundo Bush. El destino manifiesto de Estados Unidos, en este comienzo del siglo XXI, somos todos nosotros.”
[2] Entrevista en El País, 5 de octubre de 2002.
[3] Pietro Ingrao: “11-S, un amargo presente.” Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona el 5 octubre de 2002, tras recibir la distinción de Doctor Honoris Causa. Traducción (del italiano) de José Luis López Bulla. Puede consultarse en http://www.lafactoriaweb.com/.