Escribe mi amigo Emilio, una de las mejores cabezas (y corazones) de la generación joven, otro de sus artículos que hay que tomar muy en serio.[1] Él (y el mundo picoilero en general) vive con cierto desasosiego la lentitud del colapso civilizatorio, comparado con sus postulados de hace un decenio.[2]
Creo que Emilio tiene toda la razón en esta parte de su análisis: “Hubo dos equívocos, uno menor y otro mayor. El menor es haber tomado por absolutamente certero el estado de la cuestión energética del presente. Donde sin duda tenemos seguridad científica para hablar de tendencias. Pero todavía no se conoce lo suficiente como para aventurarnos, como hicimos, a realizar cálculos prospectivos tan ambiciosos como para señalar fechas. El segundo tiene que ver con instalarnos en análisis muy unilaterales y muy unifactoriales sobre el papel de la energía en la evolución social. La conexión entre el pico de petróleo convencional de 2005 y el crack de 2008 alimentó nuestras ilusiones de estar en lo cierto. Pero como la energía no era ni muchos menos el único factor que explicaba el crack económico, aunque tuviera un peso que los economistas convencionales nunca quisieron admitir, la gestión política de otros muchos factores ha ayudado a prolongar la normalidad incluso abrir espacio para el crecimiento (a un costo social y ambientalmente oneroso claro, pero funcional al fin y al cabo para las lógicas del capital). Y esto, sin duda, volverá a pasar. El gran problema de fondo es que, por muchas razones, nuestra mejor ciencia empírica es y será altamente imperfecta para predecir con exactitud procesos socionaturales. Lo que implica un enorme obstáculo cuando además se pretende hacer política anticipatoria con márgenes de incertidumbre tan amplios. En este sentido, tenemos precedentes que hay que revisitar. La famosa apuesta entre Ehrlich y Simon sobre el encarecimiento de algunos productos naturales provocados por su escasez ha sido explotada hasta la saciedad por neoliberales para deslegitimar los vaticinios ecologistas. Y esto es fundamental: en política por desgracia no importa tanto la verdad sino el uso de las percepciones sociales.”
Y opino, como Emilio, que “hemos entrado en el escenario tecnomarrón de David Holmgren: atenuación a corto plazo del problema energético a costa de intensificar a medio plazo el problema del cambio climático”; dije esto mismo hace algún tiempo. Con el matiz (enorme) de que no es a medio plazo (la intensificación del calentamiento global), sino a corto plazo, ya; y que no es sólo la intensificación del apocalipsis climático hacia el que vamos, sino el desplome de todo el mundo vivo.
Pues donde discrepo es en pensar que la cosa va lenta. Sólo se puede afirmar algo así intramuros: encastillados tras los muros de la ciudad humana, ciegos a lo que está ocurriendo en el mundo natural. Las cosas no “van mucho más despacio de lo que habíamos previsto”. En cuanto uno mira por encima de los muros de la ciudad, es al revés: el ritmo del calentamiento global, la muerte de los arrecifes de coral, el desplome del fitoplancton, la hecatombe de los insectos, la destrucción del mundo vivo en general… todo va más rápido que (casi) en nuestras peores previsiones. El ritmo del cambio climático, por ejemplo, es de una rapidez que corta el aliento si la referencia son los cambios climáticos anteriores que ya han acaecido en el planeta Tierra. Si nuestro marco de referencia, más allá de Móstoles o Cercedilla y la Comunidad de Madrid, es Gaia.
Nuestro antropocentrismo nos ciega y nos pierde.
A mí también me impresionó el texto de Ernest Garcia en 2013 que cita Emilio (“Car le temps est proche: la crise écologique et l’apocalypse à terme”, publicado en francés en la revista francesa Socio-Anthropologie) y que “defiende que las relaciones metabólicas entre naturaleza y sociedad son esencialmente indeterministas. Y que están sometidas a demasiadas incertidumbres como para que la especulación con las fechas no sea un ejercicio de nulo valor en términos científicos y completamente inútil en términos políticos”. Fue un texto decisivo para mi giro de 2013, que en esencia consistió en aceptar la inevitabilidad del colapso ecológico-social, y asumir el enorme cambio de perspectiva implícito en esa certidumbre. He llevado durante años ese artículo de Ernest en la mochila (literalmente: lo he trasladado conmigo de un lado para otro en mi mochila negra, aún está ahí). Pero lo que tanto me llamó la atención no fue la cuestión de los plazos (que consideré relativamente menor), sino precisamente la argumentación de la inevitabilidad, que lleva a reconocer que “la mejor información disponible indica que, allá por la mitad del siglo XX, la civilización industrial entró a toda velocidad en una trayectoria de muerte; y que ha seguido hasta un punto en que ningún milagro, ni técnico ni político, podrá alargar sustancialmente su camino”.[3]
A quienes venimos del movimiento ecologista, en comparación con los colectivos que se centraron en la cuestión más limitada de la crisis de recursos (comenzando por el petróleo), la “lentitud” del colapso ecosocial no nos sorprende. Quizá sobre todo a quienes –como es mi caso- nunca nos ha tentado ni una miajita el supervivencialismo.
[1] Emilio Santiago Muíño, “Futuro pospuesto: notas sobre el problema de los plazos en la divulgación del Peak Oil”, revista 15/15/15, 2 de marzo de 2019; https://www.15-15-15.org/webzine/2019/03/02/futuro-pospuesto-notas-sobre-el-problema-de-los-plazos-en-la-divulgacion-del-peak-oil/
[2] ESM: “Quien más quien menos, dentro de nuestro universo ecologista, habrá visto lo difícil que se ha vuelto sensibilizar sobre el pico del petróleo en un contexto empeñado en llevarnos parcialmente la contraria. Dos son las realidades que vuelven nuestro discurso especialmente contraintuitivo a ojos de las mayorías: (a) el precio del petróleo está relativamente bajo, en comparación con las cifras estratosféricas de antes de 2014, y (b) la economía mundial sigue creciendo, aunque lo haga a costa de acumular contradicciones en una demencial huida financiera hacia delante. Es obvio que este lustro de recuperación macroeconómica (que no se ha traducido de modo proporcional en recuperación microeconómica, pero tampoco podemos pensar que la situación cotidiana es hoy en España igual al 2011) es un espejismo que tiene muchas trampas. No lo discuto: el pico del petróleo no implica precios del petróleo permanentemente altos sino volátiles, expresión de la espiral de destrucción de oferta y demanda que ha analizado Antonio Turiel; incluso estos precios bajos son al menos el doble que el promedio de precios de la belle epoque de los noventa; el fracking que ha permitido sustentar esta prórroga es una ruina energética y más que probablemente una ruina económica; la economía mundial ha vuelto a crecer sí, pero a costa de dos formas de ‘doping sistémico’ muy peligrosas: un incremento colosal de la deuda y un enorme proceso de exclusión del acceso de amplias mayorías a la riqueza social y la seguridad material mediante un ataque sin cuartel a los derechos laborales y sociales conquistados durante el siglo XX, que está siendo políticamente muy desestabilizador; y por último, el pico del petróleo se está manifestando a través del pico de uno de sus productos derivados, el diésel, generando una enorme tensión social que sí que ha propiciado un clima muy favorable para que nuestras tesis sean escuchadas. Prueba de ello es el enorme impacto del post de Turiel sobre el diésel. O de un hilo mío en Twitter, que conectando el problema del diesel y los chalecos amarillos se hizo viral en pocas horas (este hilo fue convertido en el artículo “Impuestos verdes, chalecos amarillos” con la colaboración de Héctor Tejero de Contra el Diluvio).”
[3] Ernest Garcia, “Car le temps est proche: la crise écologique et l’apocalypse sans cesse annoncée”, en Apocalypses: imaginaires de la fin du monde, número 28 (monográfico) de Socio-Anthropologie coordinado por Alain Gras, París 2013, p. 123.