No podemos confiar en una benevolencia altruista que esté ampliamente difundida entre el género humano (esas disposiciones existen, claro está, pero no muchas personas llegan a actualizarlas de manera cabal). Pero tampoco cabe esperar mucho de la racionalidad egoísta que trata de perseguir de forma ordenada y coherente los intereses individuales (aislada o agregadamente)… Ésa es una terrible lección del siglo XX, sobre la que Primo Levi nos llamó la atención:
“Nunca he tenido fe en el instinto moral de la humanidad, en el hombre bueno naturaliter; pero sí creía que la historia podía interpretarse en función de la utilidad. Sin embargo, quienquiera que considere la historia del ayer [el nazismo y la Shoah] no puede sino quedarse perplejo ante la masacre que es un fin en sí misma, al margen de cualquier ventaja privada o colectiva, y que procede solamente de un odio de naturaleza zoológica y, por tanto, biológico, impuesto, inculcado, alimentado, alabado como tal.” [1]
Se puede extraer una lección análoga de las últimas décadas del siglo XX y el primer decenio del siglo XXI. Las clases trabajadoras occidentales, tanto en Europa como en EEUU, se dejaron arrastrar al siniestro mundo del capitalismo neoliberal/ neoconservador oponiendo poquísima resistencia, y ello en contra de sus intereses bien entendidos… Una racionalidad egoísta lúcida hubiera apuntado a la amplia difusión del anticapitalismo entre los asalariados y asalariadas: no hubo tal.
Nuestra lucha no puede desentenderse de la racionalidad (la frágil racionalidad humana); pero no puede dejar de aspirar a lo necesario imposible. Aquí hay toda una reflexión sobre la cuestión de la “santidad” o lo “moralmente supererogatorio” donde necesitamos profundizar… Si la “utilidad” de la que hablaba Primo Levi (la racionalidad egoísta) es alicorta ¿nos volvemos hacia Emmanuel Lévinas?
[1] Primo Levi: Vivir para contar. Escribir después de Auschwitz (Diario Público, Madrid 2011), p. 145. Otra reflexión en el mismo sentido: “Fascistas y nazis han demostrado para todos los siglos por venir que yacen latentes en el hombre, después de milenios de vida civil, insospechadas reservas de crueldad y locura. (…) Sólo como locura de unos pocos, y necio y vil consenso de muchos, pueden interpretarse los acontecimientos de Auschwitz. (…) Es imprudente edificar previsiones sobre la razón” (op. cit., p. 32, 35 y 36).