“Ah, cuándo/ me daré cuenta de que todo es simple./ Qué estaba yo mirando/ que no lo vi…”[1]
“Pero escucha ese grillo,/ esa brizna de noche,/ de vida enloquecida.// Ahora es cuando canta./ Ahora/ y no mañana./ Precisamente ahora./ Aquí./ A nuestro lado…/ como si no pudiera cantar en otra parte.”[2]
Adiós, coleccionista de experiencias; hola, bañista que cada día buscas la misma poza en el río de montaña.
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Los pasiegos de Vega de Pas o San Roque de Río de Miera practican la trashumancia vertical –desde los pastos bajos de la ribera a la ladera o falda, y luego de ésta a los pastos altos llamados branizas— y también horizontal, dentro de estas zonas. Cuando se mudan con su ganado, cambian de lumbre.
A propósito de estos pastores que cualquiera tiende a considerar como ancestrales, vale la pena recordar que la especialización ganadera de la montaña cántabra apenas data de los últimos decenios del siglo XIX: es entonces cuando se introduce la vaca holandesa de mayor rendimiento lechero, se abandona la raza pasiega autóctona y deja de integrarse la agricultura con la ganadería. Así, casi siempre, las tradiciones “eternas y ancestrales” no son sino las novedades de la generación de los abuelos, o de los bisabuelos…
“Ése, que está en mi país, tiene que respetar las costumbres de mi país”. Esta frase, oída en un autobús madrileño, constituye una buena síntesis de muchos discursos “anti-multiculturalismo” que resuenan en la España de comienzos del siglo XXI. Pero en cuanto uno reflexiona un poco ve que, en su literalidad autoritaria, es inaceptable. ¿Por qué van a ser sagradas e intangibles las costumbres de mi país? Los naturales del mismo nos sentimos justificados a someterlas a crítica racional, por ejemplo en nombre de valores éticos universales; ¿negaremos ese derecho precisamente al extranjero, quien, precisamente por su condición de tal, acaso goce de una más penetrante mirada para desvelar lo atrabiliario o aberrante de ciertas costumbres?
Manuel Sacristán sugirió que el opúsculo de Kant ¿Qué es la ilustración?, con su valiente intimación a dejar atrás la minoría de edad culpable de la humanidad y osar saber –sapere aude–, debía renovarse en nuestra época con una nueva consigna: osa ver desde fuera tu cultura. Y añadía: “Por lo demás, me entra ahora la sospecha de que la muerte cultural sólo sea muerte para la clase dominante, y aun sólo para sus cabezas viejas” [3].
[Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 15-16. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]
[1] Claudio Rodríguez, A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD (en Desde mis poemas, Cátedra, Madrid 1983, p. 74).
[2] Oliverio Girondo, PUEDES JUNTAR LAS MANOS, de Persuasión de los días (1942); citado según la edición de Losada, Buenos Aires 1996, p. 66.
[3] Manuel Sacristán: M.A.R.X. (Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres), edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 121.