Un arco impresionante, a través de todo el período industrial, es el que se traza entre sendos asertos de William Stanley Jevons en 1865 y Felipe Fernández-Armesto en el año 2000.
Lo cuenta Ricardo Almenar. Jevons publica La cuestión del carbón, un libro pionero en la reflexión sobre la finitud de los recursos naturales, y llega al final a la siguiente tremenda conclusión: “Tenemos que hacer una elección trascendental entre una breve, pero verdadera opulencia, y un período más largo, pero de continuada mediocridad”. Y él, puesto a elegir, ¡se decantaba por lo primero![1]
Casi un siglo y medio más tarde Felipe Fernández-Armesto reiteraba esta preferencia: “El mundo es un lugar para experimentar: una mota de polvo prescindible en un enorme universo. Es demasiado perdurable para perecer por nuestra culpa. Pero, sin duda, perecerá de todos modos. Nuestra ocupación del mundo es un alquiler de corta duración. (…) Deberíamos sacarle a la vida el máximo partido posible mientras la tenemos. Puede que esto se logre de forma más satisfactoria mediante una especie de borrachera cósmica –una atrevida y desenfrenada satisfacción del impulso civilizador— que a través de un prudente y conservador deseo de prolongar nuestra propia historia. Del mismo modo que yo preferiría vivir intensamente y morir pronto, que consumirme en una satisfacción inerte, también preferiría pertenecer a una civilización que cambie el mundo, corriendo el riesgo de la propia inmolación, antes que a una modesta sociedad ‘sostenible’.”
Pero detengámonos un instante a formular la pregunta elemental: ¿quién es el sujeto de esa apetecible juerga cósmica, a quién remite esa primera persona del plural que se supone busca “una atrevida y desenfrenada satisfacción del impulso civilizador”? Nada más que un pequeño sector privilegiado de esa pequeñísima fracción de la humanidad que forman las seis u ocho generaciones de seres humanos que han vivido en el último siglo y medio. La “borrachera cósmica” de Fernández-Armesto no es más que una orgía sadiana de señoritos caprichosos que se juegan los bienes y la vida de los demás. Cuando la opción de “vivir intensamente y morir pronto” descarga los daños sobre los otros, lo que tenemos no es sino una juerga criminal.