¿Recuerdan ustedes aquella inane bravuconada de aquel gobernante del PSOE llamado Alfonso Guerra? ¿La de la “pasada por la izquierda” de un país al que no iba a reconocer ni la madre que lo parió? Aquello era puro marketing para una socialdemocracia que estaba desnaturalizándose a la carrera: lejos de desplazarse hacia la izquierda, el país se movió sin pausa, contantemente, hacia la derecha (el descompromiso, la mercantilización, la entronización de la codicia, la sacralización del éxito, el culto narcisista del individuo, la veneración de la competitividad, la destrucción de los vínculos). Hoy el sicario en jefe de los sicarios que nos gobiernan, Mariano Rajoy, no necesita decir algo análogo (una pasada por la derecha tal que al país no va a reconocerlo ni la madre que lo parió), pero lo hace. Sin pausa, sin hacer ni el menor caso de la protesta que genera el volumen siempre creciente de sufrimiento social, consejo de ministros tras consejo de ministros prosigue su empresa de demolición y construcción –para favorecer al capital (sobre todo al capital financiero) frente a los intereses de la inmensa mayoría de la gente. Aplica la naomikleiniana doctrina del shock como el más aventajado alumno de la pensadora radical norteamericana. Y aún hay quien piensa que la policía es tonta…
El filósofo Emilio Lledó, uno de nuestros sabios, habla de una “guerra europea sin cañones” para definir lo que está ocurriendo a partir de 2007. Tiene razón (aunque empezó antes). Es una guerra de clases, no sólo europea sino mundial: el gran capital (sobre todo el capital financiero) contra los trabajadores y trabajadoras, contra la biosfera, contra el futuro.
O derribamos a este gobierno ilegítimo e injusto, o a cada una de nosotras, de nosotros, no nos va a reconocer ni la madre que nos parió.