Manuel Sacristán fue un diapasón moral para mucha gente (también para mí desde que llegué a su obra, hacia 1984). Ahora se publican sus textos sobre Sartre, incluyendo algunos inéditos. Por razones obvias, me toca especialmente su reflexión sobre la “esperanza serenamente desesperada” del último Sartre, quien sitúa la consciencia del deber moral en el centro de su pensamiento. Puesto que los seres humanos actúan, “en eso va implícito algo así como una esperanza objetiva, aunque no se vaya a cumplir la finalidad de la acción; pero si actúan no pueden decir que la esperanza no sea un centro de su consciencia, en este sentido un tanto teórico y objetivante de la idea de esperanza”.[1] La situación del mundo induce a desesperación, pero es como si dijéramos: hay obligación de actuar y por tanto de esperar. No es que la esperanza motive la acción, sino casi al revés: deriva de ella. Ahora bien, no se trata ya de una esperanza práctica, revolucionaria, sino “una esperanza mesiánica, la cual es compatible con la desesperación sobre este mundo”.[2] Esperanza no ya de un revolucionario, pero sí de un rebelde que podría asumir el verso del gran Claudio Rodríguez: “estamos en derrota, nunca en doma”.
***
Hay que recordar siempre ese poema de Claudio, LO QUE NO ES SUEÑO, cuyos versos centrales dicen: “…Pero tú oye, déjame/ decirte que, a pesar/ de tanta vida deplorable, sí,/ a pesar y aún ahora/ que estamos en derrota, nunca en doma,/ el dolor es la nube,/ la alegría, el espacio;/ el dolor es el huésped,/ la alegría, la casa./ Que el dolor es la miel,/ símbolo de la muerte, y la alegría/ es agria, seca, nueva,/ lo único que tiene/ verdadero sentido./ Déjame que, con vieja/ sabiduría, diga:/ a pesar, a pesar/ de todos los pesares/ y aunque sea muy dolorosa, y aunque/ sea a veces inmunda, siempre, siempre/ la más honda verdad es la alegría…”
[1] Manuel Sacristán, “Sartre desde el final” (conferencia de 1980), en Sobre Jean-Paul Sartre (edición de Salvador López Arnal y José Sarrión), Prensas de la Universidad de Zaragoza 2021, p. 146.
[2] Sacristán, “Sartre desde el final”, p. 147.