la sombra que corre sobre la hierba y se pierde al final del día

Debería el tuerto luchar contra su propensión, quizá natural, a invitar a los demás a que se saquen un ojo.

–¿Y usted qué es? –Profesor de ética. –¿Y a qué se dedica en la vida? –Intento no cometer demasiados errores. –¿Y de verdad se cree que puede enseñar algo a los demás? –Busca zonas de silencio, mira dentro de ti.

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Ética, intentar no cometer demasiados errores; política, intentar no dejarse engañar; en la confluencia de ambas, no engañar a los otros y no engañarse.

Los campesinos de las comunidades guatemaltecas, cuenta el agroecólogo Antonio Bello, plantan sus granos de maíz de cuatro en cuatro: uno para ellos mismos y su familia, el segundo para el amigo, el tercero para Dios, el cuarto para los pájaros.

(Ética ecológica básica.) Ninguno de esos cuatro cuartos debe olvidarse.

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Y si éste fuera el último coito, la última siesta de agosto, el último vaso de vino, ¿querrías saber que se trata del último? Claro que sí: para disfrutarlo más intensamente todavía. Pero entonces advierte que siempre puedes disfrutarlo como si fuera el último.

Silvia me preguntó si tenía miedo a la muerte. Contesté que no: me siento en paz conmigo mismo. (Y de hecho, en las dos ocasiones en que me rozó la muerte en estos meses pasados, el accidente ferroviario cerca de Logroño y la caída de espaldas en la escalera, eso fue lo que sentí.)

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La misma mariposa multicolor que anduvo varias veces por el jardín durante el verano –reconocible por el extremo inferior dañado de su ala izquierda–, posada sobre las hojas de la pequeña encina, cerca de casa. La noche fue húmeda, los días menguan, las nubes ocultan a ratos el sol. Ella está sirviéndose de este rato de cielos despejados: con las alas abiertas al máximo y perpendiculares a la incidencia de los rayos de luz y calor, busca aprovecharlos al máximo, secándose y absorbiendo vida. Es todo un símbolo de nuestra condición: su vulnerabilidad, su dependencia de la gran fuente de energía que alimenta a la biosfera entera, su apetito de vivir, incluso el ala dañada que representa inmejorablemente la finitud humana (he escrito varias veces sobre la importancia que atribuyo a la consigna todos somos minusválidos).

“¿Qué es la vida?”, se pregunta Pie de Cuervo, portavoz de la Confederación de los Pies Negros, al final de su vida (abril de 1890). “Es el destello de una luciérnaga en la noche. Es el aliento de un búfalo en invierno. Es la sombra que corre sobre la hierba y se pierde al final del día.” [1]

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Otra mariposa: en los primeros días de la guerra civil Isabel García Lorca, en Madrid, vive “el terror, que es el más degradante de los sentimientos”. Nombran a su hermano Francisco, diplomático, primer secretario de la embajada de la España republicana en Bruselas: ella decide reunirse con él, viaja en tren a París. Allí ha de esperar varias horas al enlace con Bruselas, en una estación de ferrocarril casi desierta. “Sólo veía ruedas y vías de trenes. Aún tengo en la memoria, como si la estuviera viendo, una mariposa blanca que volaba sola y aturdida en medio de aquella negrura. Ella fue mi única compañía. Como ella me sentía yo…·”[2]

A veces, pueden ser las criaturas más humildes e imprevistas quienes nos tienden el cabo que nos permite salir del pozo.

 

  •  [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 74-75. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] En T.C. McLuhan, Tocar la tierra, Octaedro, Barcelona 2002, p. 20.

[2] Isabel García Lorca, Recuerdos míos, Tusquets, Barcelona 2002, p. 199.