la superficialidad de las elites en cuyas manos estamos

El respetado “gurú” francés de las relaciones internacionales Alain Minc, en un artículo –por lo demás interesante— sobre las reformas en curso en China, emite un juicio revelador de la superficialidad con que las elites del mundo entero abordan la crisis ecológico-social. (Parecen vivir dentro de una notable burbuja cognitiva.) Escribe Minc: “China será un día un país ‘ecológico’. La presión de la realidad es demasiado fuerte y el sistema ya es consciente de ello. Pero eso no significa que se pliegue a unas normas internacionales. Controlará la contaminación a su ritmo y a su manera.”[1]

Pensar que un “país ecológico” es uno que controla sus emisiones contaminantes evidencia una mentalidad mecanicista de “final de tubería” (end-of-pipe technologies) que hubiera podido tener un pase en el siglo XIX, pero que en el siglo XXI revela ser coriáceo autoengaño o cínico engaño hacia los otros. La contaminación es el efecto del uso inadecuado de los recursos naturales; y en el siglo XXI, cuando estamos explotando más del 150% de la biocapacidad del planeta, la cuestión apremiante es revertir la desbocada sobreexplotación de los recursos naturales y las funciones ecosistémicas. No se trata prioritariamente de impulsar medidas de control de la contaminación (eso sería ceñirse a algunos de los efectos, sin abordar en serio las causas): se trata de la reconstrucción ecológica de la economía y la sociedad. Lo que quede por debajo de eso, en el segundo decenio del siglo XXI, es poner tiritas sobre el absceso canceroso abierto.

Por todo ello, China, cuya economía en términos de PIB creció un 7’7% en 2012 y un 7’5% en 2013, y que se plantea duplicar los ingresos monetarios de su población entre 2010 y 2020[2], y que logra todo ello con una exuberante producción industrial –destinada en gran medida a la exportación— que acapara enormes cantidades de recursos del planeta entero, no puede ser un país ecológico, por más medidas de control de la contaminación que introduzca. De la misma manera que no lo puede ser la Francia de Minc, o nuestra España –receptoras, por cierto, de las mercancías baratas chinas y por tanto corresponsables de sus desmanes ecológicos–, que forman parte exactamente del mismo modelo productivista/ consumista.



[1] Alain Minc, “China reafirma su identidad tras 5.000 años de historia”, El País, 10 de noviembre de 2013.

[2] José Reinoso, “El gran salto delante de la renta china”, El País, 10 de noviembre de 2013.