«Un judío israelí me decía en Tel Aviv que los cristianos no habían entendido nunca nada de nada de los textos veterotestamentarios judíos, como puede comprobarse en su Nuevo Testamento y me ponía varios ejemplos. En uno de ellos, que tocaba de lleno el asunto del capital y el mercado, me contaba cómo los buenos judíos habían llegado a la conclusión de que no podían seguir engañando a sus semejantes en el comercio y que para evitarlo habían decidido que quizá fuera bueno acudir a la entrada de la sinagoga para, junto al templo, realizar sus ventas. Mira Yavhé, decía un vendedor elevando las manos al cielo, cómo y por cuánto le vendo a este hombre un palomo, Tú sabes que a mí me costó dos shekels y que se lo ofrezco a Slomo en dos y dos décimos… y de repente apareció un enloquecido con una correa y empezó a azotarnos gritando, y tuvimos que salir huyendo… era un esenio enfurecido…»
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«Los evangelios informan escuetamente de que Jesús murió en la cruz dando un grito fuerte, invocando a Dios y preguntándole por qué le había abandonado. Es posible que en sus últimos momentos Jesús experimentase crudamente la ausencia de Dios. Tal vez lo más correcto histórica y teológicamente sea decir que en la cruz la confianza de Jesús en Dios fue puesta duramente a prueba. Experimentó, en palabras de Hölderlin, que “Dios ha hecho el mundo como el mar hace la playa: retirándose”…»
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