Lo oigo susurrarse en las calles de este barrio. En las de otros barrios de la periferia donde viven tantos seres con su impaciencia decente. Los jóvenes desechados, a través de sus móviles. Desde el exilio de fuera, los que fueron arrojados de su país lo telegrafían de muy lejos. Se lo dicen unos a otros los humillados. Los engañados. Los ofendidos. Casi en voz baja para que no lo sepan demasiado pronto ni los príncipes del dinero ni los mercaderes de pieles humanas. Los intocables no saben de lo que abajo se dicen. Los que poco contaron se lo van pasando bajito, los unos a los otros, evangelio callado que no podrán entender los ricos nunca. Los que fueron tratados como mercancía y objetos de cambio, los que fueron desplazados al desahucio y contra toda cuneta. Los despedidos. Los ninguneados. Los comepromesas, los escandalizados de siempre. Los enfebrecidos se lo van diciendo, purita dignidad que en estos barrios ya nos vive levantada, baja voz, lenta contraseña de cambio, unos a las otras, y estas a sus hijos, cuchicheo de abajo que aún no escuchan los de arriba, aún no los hartos, todavía no los satisfechos. Aún no lo han oído los que de tantos y tantos se carcajearon, eso que oigo susurrarse contra los agoreros de la desdicha y contra quienes todavía se creen invencibles. Eso que llega y es susurro y se cuentan:
…Tic-tac-tic-tac-tic-tac…