Lo que destruye al socialismo es la ilusión de una Ciencia –hegeliana— de la Historia, con mayúsculas, capaz de aprehender leyes universales y supuestamente necesarias en procesos que de hecho son contingentes. Lo que lo salva es la anticipación y el deseo de una comunidad humana justa –la mejor respuesta posible, desde la piedad, al desamparo radical de esa ambivalente criatura que somos, una vez se ha asimilado la soledad metafísica donde nos dejó la “muerte de Dios”.