“Los hechos son los hechos, incluso en Italia”, dice la gran periodista Milena Gabanelli. (Leonardo Sciascia definió en cierta ocasión a Italia como un país sin verdad.) Es una buena fórmula, ampliable: los hechos son los hechos, incluso en Galapagar, incluso enla Comunidadde Madrid –mal que le pese a Esperanza Aguirre.
Immanuel Wallerstein (en su libro Las incertidumbres del saber) cita a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación surafricana, creada en 1998. Ésta propuso cuatro tipos de verdad (sobre la base de cuatro categorías establecidas anteriormente por el juez Albie Sachs, del Tribunal Constitucional de ese país) que serían: primero, la verdad objetiva, que trata los hechos ocurridos. Segundo, la verdad lógica, que deducimos o inducimos desde los hechos probados. Tercero, la verdad de la experiencia, en función de cómo las personas involucradas vivieron los hechos. Y cuarto, la verdad dialógica, que surge en el debate y deliberación entre esas personas implicadas.
Desde lo alto de la pirámide social –las jerarquías de dominación— se sostiene: los hechos serán los hechos, pero lo cuenta son sus interpretaciones. Los de abajo son quienes tienen el mayor interés por defender el valor de la verdad: los de arriba pueden pasarse sin ella. Les basta con manejar los resortes del poder.