A la misma clínica donde agonizaba de leishmaniosis la perrita galga –adoptada hace tiempo por Rafael y Encarna–, llega otra galga con la misma enfermedad, a la que además han cortado sus pies delanteros… Rafael está convencido de que hay una conexión en estos acontecimientos: no casualidad, sino una suerte de destino. Un animal que muere y una vida vulnerable que pide ayuda. Ahora él y Encarna han adoptado a la mutilada, que está respondiendo bien a un nuevo tratamiento contra su infección y estos días, con sendas prótesis en las patas, recupera el gusto por vivir. ¿Qué nivel de crueldad hace falta para aserrarle las patas a una perrita enferma? Nos cuesta asomarnos a ese abismo moral –quizá porque nos da miedo reconocer en nosotros mismos las raicillas de un sadismo que puede desarrollarse hasta esa clase de monstruosidad. Pero en la psique humana se dan también las otras disposiciones: el amor, la compasión y el cuidado que han salvado a esa galga coja. Si podemos pronunciar la palabra humanidad sin sentir vergüenza, es gracias a esa clase de respuestas.
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Comentaba un lector del blog:
«He leído la tristísima historia que contabas en tu blog sobre la galga mutilada… Bueno, sólo decir que este tipo de cosas le hacen a uno pensar mucho sobre la condición humana, claro… Y, a raíz de esto, sólo comentar una idea que me ha venido a la cabeza:
Alfred Adler, el psicoanalista, hablaba en alguna ocasión de una fase en la que los niños-adolescentes educados de determinada manera eran más proclives a atormentar pequeños animales, por eso Adler confiaba en una (buena) educación para poder mejorar al ser humano; esperemos que así sea.
Por otro lado, el filósofo Jacques Derrida decía en El animal que luego estoy siguiendo: ‘El mal del animal es el macho. El mal le viene al animal por el macho. Sería bastante fácil mostrar que esa violencia que se inflige al animal es si no de esencia sí al menos predominantemente machista, lo mismo que la dominación misma del predominio guerrero, estratégico, cazador, viriloide.’
No soy de los que alaban lo femenino por que sí (no hay más que ver a Esperanza Aguirre, Margaret Thatcher, o tantas tertulianas de extrema derecha de este país), pero no he podido olvidar lo que escribiste en una ocasión sobre la necesidad de que a veces estuviéramos más castraditos (a propósito de un comentario sobre Freud). A lo mejor esto tiene que ver con esas raicillas de sadismo que tiene el ser humano…»