Entre la responsabilidad de aparecer (por medio de la presencia y la palabra, que pueden cristalizar en acción política orientada al bien común) y el deseo de desaparecer: qué paz, que libertad, qué dulzura cuando el ego se descentra y se vuelve más tenue…
“El yo, no puedo con él”, dice María Zambrano en un texto de 1987. “Yo no soy nadie, yo no soy ninguno: y ¿cómo, si no soy ninguno, puedo tener una autobiografía? Pero se me ha descubierto, y desde muy niña, que en este ‘yo’ se deposita también eso que se llama responsabilidad moral. Y yo a esa responsabilidad no puedo renunciar”. Unas líneas más abajo la filósofa de la “razón poética” sigue afirmando que su autobiografía sería “todo aquello que he dado y también todo lo que he querido dar y no he podido”[1]. Uno piensa en la hermosa copla que canta: “Tengo las manos vacías/ de tanto dar sin tener:/ pero las manos son mías…” Mías, es decir: de ese yo que no es ninguno, de uno entre los demás, del común de los mortales.
[1] María Zambrano, Obras completas, vol. VI (escritos autobiográficos), Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona 2014, p. 719 y 720.