Comentando el libro póstumo (e inacabado) de Jorge Semprún sobre su terrible experiencia como preso torturado por la Gestapo en Auxerre (en 1943), Mario Vargas Llosa escribe:
“Un ser humano, sometido al dolor, puede ceder y hablar. Pero puede también resistir, aceptando que la única salida de aquel sufrimiento salvaje sea la muerte. Es el momento decisivo, en el que el guiñapo sangrante derrota al torturador y lo aniquila moralmente, aunque sea éste quien convierta a aquel en cadáver y vaya luego a tomarse una copa. En esa victoria silenciosa y atroz lo humano se impone a lo inhumano, la razón al instinto bestial, la civilización a la barbarie.”[1]
Ver las cosas de ese modo, contraponer de tal forma civilización y barbarie, puede resultar tranquilizador –pero es falso. El torturador, en su trabajo, no está dando rienda suelta a ningún “instinto bestial”: si lo hace desempeñará muy mal su cometido. En los procesos de selección de personal para tales tareas, los sádicos y los psicópatas deben ser descartados –si es que el trabajo ha de realizarse con eficiencia. El torturador debe calcular con rigor el máximo sufrimiento que, en una situación dada, puede soportar un ser humano antes de enloquecer o morir: para ello se requiere frialdad y desapego emocional, de modo que los “instintos bestiales” serían un estorbo (por no mencionar el importante asunto de que precisamente el mal por el mal es un asunto exclusivamente humano, y las bestias no humanas lo desconocen; no hay nada “bestial” en la tortura, que por el contrario es un asunto humano, demasiado humano).[2] Por eso al torturador le asiste un médico, o en el caso ideal es él mismo un médico.
La tortura es el lugar –¿por excelencia?— donde está en juego el cálculo del límite de lo aguantable, sobre el que ha reflexionado con tanta profundidad Franz Hinkelammert:[3] y en cuanto tal se trata de un lugar perfectamente racional, en términos de racionalidad formal (en términos más amplios y sustantivos podríamos objetar que es una racionalidad irracional, pero esa es otra historia). En suma: la simplista contraposición de Vargas Llosa entre racionalidad civilizada y barbarie no resiste el menor escrutinio, y ello nos hace entrever la complejidad de las cuestiones en juego.
[1] Mario Vargas Llosa, “Ejercicios para sobrevivir”, El País, 28 de junio de 2015 (http://elpais.com/elpais/2015/06/26/opinion/1435334449_453921.html ). El libro de Semprún es Exercises de survie, Gallimard, París 2012. Hay que situar esta obra póstuma cerca de las reflexiones de Jean Améry sobre la tortura: “Améry sufrió un terrible suplicio en la fortaleza de Breendonk. Al oír cómo se dislocaban sus huesos, descubrió que el problema genuinamente filosófico no es la muerte, sino la tortura. Malraux anotó lo mismo en sus Antimemorias. La experiencia de la tortura quiebra la confianza en nuestros semejantes y pone de manifiesto el poder absoluto del Estado sobre el individuo. Por eso, ‘la tortura no fue un elemento accidental, sino la esencia del Tercer Reich’.” (Rafael Narbona, Jean Améry: más allá de la culpa y la expiación”, publicado en su blog el 8 de marzo de 2013: http://rafaelnarbona.es/?p=23 )
Comenta en una reseña Laurence Houot: “Semprun n’est pas d’accord avec Amery, pour qui ‘celui qui a subi la torture est incapable de se sentir chez soi dans le monde’. Semprun pense l’inverse: ‘Mon expérience personnelle me dit tout le contraire, c’est le bourreau, s’il survit, même dans une existence paisible, qui ne sera plus jamais chez soi dans ce monde. (…) A Auxerre, dans la villa dont le jardin embaumait les roses de l’automne, chaque heure de silence gagnée aux sbires du docteur Haas, le chef local de la Gestapo, m’a conforté dans la certitude d’être, précisément, chez moi dans le monde’.” (http://culturebox.francetvinfo.fr/livres/essais-documents/exercices-de-survie-oeuvre-posthume-essentielle-de-jorge-semprun-125217 )
[2] ¿Somos animales como los otros, podríamos preguntarnos? Sí y no. El tercer chimpancé (Jared Diamond), sí; pero también el único ser vivo sobre la Tierra capaz de torturar… “No hay nada en el mundo animal [no humano], de hecho en todo en todo el ámbito de la naturaleza, realmente parecido a la tortura” (Luc Ferry, Aprender a vivir, Taurus, Madrid 2007, p. 141). Lo que cabe llamar mal radicalresulta desconocido a los animales no humanos, es patrimonio exclusivo de la humanidad: no es sólo que se haga daño a otros seres (esto lo hallamos por todas partes en la naturaleza) sino que se convierte el mal en proyecto. “¿Por qué obligaron (…) los milicianos serbios a comerse el hígado de su nieto aún vivo? ¿Por qué cortaban los hutus los pechos de las mujeres tutsis para divertirse y calzar mejor sus cajas de cerveza? ¿Por qué la mayor parte de los cocineros despiezan y trinchan con tanto gusto a las ranas vivas…?” (Ferry, Aprender a vivir, op. cit., p. 142).
En una entrevista, Jacinto Antón señalaba a Jane Goodall: “la sociedad chimpancé es muy violenta. Esa guerra de los cuatro años en Gombre, los atronadores e hirsutos despliegues de fuerza de los machos, las peleas (usted describe como Satan recogía con la mano la sangre que brotaba de una gran herida en la mejilla de Sniffy y se la bebía), las rencillas de las hembras que llevan al infanticidio…” Y la primatóloga replicaba con acierto: : “He sido arrastrada, pisoteada, me han arrojado piedras que podían haberme matado. Pero también me han querido mucho. (…) Por muy brutal que sea su comportamiento a veces, no son capaces como nosotros de actos de crueldad deliberada.” Entrevista de Jacinto Antón a Jane Goodall en El País Semanal, 21 de junio de 2015.
[3]“Antes de llegar al punto sin retorno se sigue, porque todavía no se ha llegado; y después de llegar se puede igualmente seguir porque el resultado catastrófico ya no se puede evitar de ninguna manera. El cálculo del límite de lo aguantable es un cálculo de suicidas. Pero este cálculo pretendido subyace a la actual estrategia de acumulación de capital seguida por el sistema mundial con el nombre de globalización. Tal estrategia está en la raíz de las grandes crisis globales de hoy –exclusión, crisis de las relaciones sociales, crisis ambiental–, produciéndolas como subproductos y como efectos indirectos. El cálculo del límite de lo aguantable es una simple cortina de humo que oculta la irresponsabilidad de aquéllos que lo imponen al mundo entero.” Franz Hinkelammert, Solidaridad o suicidio colectivo, Ambien-Tico Ediciones, Costa Rica 2003, p. 60.