marxismo leopardiano

Reflexionaba Paco Fernández Buey, mi querido amigo y maestro: “Optimismo y pesimismo son palabras que se usan habitualmente para expresar estados de ánimo. Cuando se utilizan para calificar filosofías o filosofares hay que andarse con cuidado. La mayoría de los pensadores habitualmente calificados de pesimistas antropológicos a mí me dan ánimos para seguir resistiendo. Eso me pasa leyendo a Maquiavelo, a Gracián, a Leopardi, a Schopenhauer, a Weber, a Einstein, a Camus o, más recientemente, a Alexandr Zinoviev. Cuando era joven hice mía la palabra de Gramsci: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad. Ahora que ya no lo soy me considero un marxista leopardiano.”[1]

 

Un marxismo leopardiano supone un correctivo muy importante a la cultura dominante en las izquierdas europeas, que han sido y siguen siendo optimistas y voluntaristas en su cosmovisión, a pesar de los pesares. Desde el marxismo leopardiano asumimos el dictum de Schopenhauer –sería mejor que este mundo no hubiese existido- y a continuación decimos: pero este mundo traspasado de sufrimiento existe y va a continuar existiendo, así que arremanguémonos y ¡manos a la obra! Eso sí, el punto de partida para estas luchas y trabajos es diferente al que predomina en la izquierda occidental: no se arranca tanto de constatar la injusticia como de asumir la dukkha budista, la omnipresencia del sufrimiento. Y lo que se busca es generalizar la compasión antes que universalizar la justicia (sin por ello olvidarse de esta última). Y se sabe que, en ese camino, la lucha sociopolítica y lo que solemos llamar espiritualidad han de ir de la mano.

 

Si se quiere decir de otra manera: el marxismo leopardiano, en positivo, ha de ser también algo así como un marxismo budista. Por aquí reencontramos la propuesta de Serge-Christophe Kolm formulada hace ya tantos años: la razón ilustrada occidental necesita aprender de la sabiduría budista.[2]

 

[1] Paco Fernández Buey, entrevista en Sevilla, el 23 de noviembre de 1999 (puede consultarse en http://tratarde.org/una-entrevista-con-paco-fernandez-buey-en-1999 ). La reflexión continúa así: “Esto lo descubrí leyendo a John Berger. En cierto modo la naturaleza ‘nos ha abandonado’: ella a nosotros. Pero lo que llamamos naturaleza o condición humana es algo tan plástico que no se presta a hacer predicciones, ni optimistas ni pesimistas. Si hay que atenerse a la experiencia histórica habría que decir que el Homo sapiens ha aprendido la mayor parte de las cosas importantes por shock, a golpes. Llevamos siglos intentando racionalizar esto sin éxito. El método científico es lo que más se acerca a un conocimiento equilibrado, mesurado, de la naturaleza y del hombre. Por tanto necesita también su bozal…”

[2] Serge-Christophe Kolm, Le bonheur-liberté. Bouddhisme profond et modernité, PUF, París 1982. Para esta aproximación hay también muchas sugerencias interesantes en los textos de nuestro sabio jesuita Juan Masiá; y en Paul F. Knitter, Sin Buda no podría ser cristiano, Fragmenta, Barcelona 2016. El diálogo entre cristianos y marxistas de los años setenta del siglo XX debería ampliarse a diálogo entre cristianos, budistas y marxistas bajo el signo del Buen Vivir amerindio.