“Dormíamos, despertamos”. ¿De verdad? ¿Hemos despertado, o comenzado a despertar? ¿O quizá sólo nos estamos preparando para comenzar a despertar? ¿Y cuántos hemos despertado –o comenzado a despertar –o comenzado a prepararnos para despertar? Y si uno despierta, ¿a qué realidades lo hace? ¿A qué clase de mundos, certidumbres, vulnerabilidades, improbabilidades, encuentros? ¿Y puede uno darse por despertado para siempre –o al menos para un plazo largo, digamos varios años, o por lo menos unos meses? ¿Cuánto dura un despertar? O acaso ¿tiene siquiera sentido pensarlo como duración –no se parece más bien al súbito abrirse de una ventana? Pero, igual que se abre, ¿puede cerrarse después la ventana? Y es que, en definitiva, ¿me habéis engañado –o más bien yo he querido ser engañado, me he tragado casi con gusto vuestras mentiras, las he asimilado hasta casi convertirlas en mías –hasta autoengañarme?