modernidad líquida

Ironizaba Ernst Bloch sobre cómo la gran esperanza del individuo de su tiempo –el tiempo del capitalismo fordista— estaría en la gran corona de flores que enviaría la empresa donde había trabajado en vida… Hoy la sonrisa se nos hiela en los labios.[1] ¿Ubi sunt las empresas de aquel capitalismo estable y paternalista que aseguraba una larga, ordenada carrera profesional a sus trabajadores, y enviaba una gran corona al sepelio? Y sin embargo, se trata del tiempo de nuestros padres –apenas una generación atrás.

 

(Mais où sont les neiges d’antan?, en los tiempos del calentamiento climático, se nos ha convertido en una pregunta siniestra.)



[1] No puedo aquí dejar de recordar el final del ensayo de Jordi Maiso sobre Pasolini: “La conciencia que Pasolini articula, y que para nosotros es irrenunciable, es que ya no cabe esperar nada del desarrollo de la sociedad capitalista: nada que no sea destructivo. Pero las experiencias de resistencia en las que él aún pudo apoyarse no son para nosotros ya nada más que ruinas: la ausencia de un afuera es hoy un hecho difícilmente contestable. Desde Dubai a Detroit, desde Hong Kong a las banlieues parisinas, el capitalismo está a solas consigo mismo. Hoy, sin embargo, pocos pueden creer ya que la sociedad de la mercancía pueda traer bienestar para todos. Consignas como sostenibilidad revelan que no son ya accidentes, guerras o catástrofes naturales las que amenazan la vida sobre este planeta: sino el mero business as usual del capitalismo planetario. La capacidad del sistema de integrar a capas de población cada vez más grandes en el trabajo asalariado disminuye a ojos vista –y sin embargo no se tolera ninguna forma de supervivencia al margen de las relaciones monetarias. De ahí que nuestra nostalgia no se dirija tanto a tradiciones populares y plebeyas que apenas hemos conocido, sino al horizonte de vida que permitían los milagros económicos de posguerra, el horizonte del capitalismo keynesiano: derechos sociales, pleno empleo y consumo de masas. Ese pasado gris que, en su versión italiana de los años 60 y 70 fuera blanco de las más duras críticas de Pasolini, se nos aparece hoy como una arcadia perdida. Ante el recrudecimiento de las relaciones sociales, el sueño de la mayoría hoy es precisamente el ‘no quedarse fuera’ de una modernización que hoy se agota y se encoje, y se revela cada vez más demoledora. De hecho el mayor miedo hoy es quedarse fuera del sistema del trabajo y el consumo y el mayor deseo seguir formando parte de ese universo cuyo carácter destructivo Pasolini captara de forma tan incisiva.

Con esto no quisiera hacer una denuncia abstracta, ni tampoco hacer las alabanzas de una nueva frugalidad, sino plantear una reflexión sobre nuestra situación, sobre lo que hace hoy a Pasolini tan necesario y al mismo tiempo nos distancia inevitablemente de él. Nuestra situación es aún más asfixiante, y si Pier Paolo Pasolini era consciente de que con cada reconocimiento de la derrota se adaptaba a la degradación y aceptaba lo inaceptable, nosotros no podemos serlo menos. Lo que nos ha legado es en este sentido su duelo por las posibilidades perdidas, la conciencia articulada y aguda de una derrota histórica que no por ello desemboca en la resignación ni en la autocomplacencia. Este legado no puede sino estar a la base de la conciencia crítica del presente. Porque si algo nos queda de Pasolini es su herida: una herida que puede expresarse y articularse en la escritura y en el cine, pero que solo puede cerrarse en la realidad social e histórica. Mientras eso no pase, conmemorar a Pier Paolo Pasolini consiste en velar porque esa herida no deje de hacer daño.” Jordi Maiso, “La herida Pasolini”, revista Fakta –Teoría del arte y crítica cultural, 18 de diciembre de 2015; http://www.revistafakta.com/