OBITUARIO
Barry Commoner, visionario de la ecología
Carolina García en El País, 4 de octubre de 2012
Barry Commoner fue el líder de una generación de científicos preocupada por los residuos contaminantes que dejó tras de sí la II Guerra Mundial en EE UU y uno de los primeros en agitar un debate nacional sobre el derecho de los ciudadanos a conocer esta verdad. Provocativo en sus acciones e ideas, consiguió hacer del movimiento ecologista una causa política que movilizó a miles de estadounidenses. Barry Commoner, biólogo y uno de los padres de la ecología moderna, murió el 30 de septiembre a los 95 años en Nueva York.
Su principal legado como biólogo fue su escrito El círculo que se cierra: Naturaleza y tecnología. En el libro, argumentaba la relación de los seres humanos y el mundo natural y aseguraba que las tres principales causas de la degradación de nuestro entorno “son la superpoblación, el aumento de la riqueza y los avances tecnológicos”.
Nacido en Brooklyn el 28 de mayo de 1917, Commoner era hijo de un sastre judío y una costurera. Fue durante su adolescencia cuando descubrió su amor por la biología. Consiguió licenciarse con honores en Zoología en la Universidad de Columbia en 1937 y obtuvo el doctorado en esta especialidad en la Universidad de Harvard tan solo tres años después.
Tras servir a su país como teniente de la Marina de EE UU durante la II Guerra Mundial, Commoner se trasladó a San Luis donde ejerció como profesor de Fisiología Vegetal en la Universidad de Washington, profesión a la que dedicó 34 años de su vida.
Su estudio sobre los efectos de la lluvia radiactiva, que incluía el hallazgo de concentraciones de estroncio 90 en los dientes de los niños, tuvo un papel fundamental en la firma del Tratado de la Prohibición de Pruebas Nucleares de 1963 por parte del presidente John F. Kennedy. A partir de ese momento, Commoner centró la atención pública como orador y escritor de los problemas ambientales, incluso llegó a presentarse sin éxito para la presidencia en 1980. Además, este investigador alertó sobre el peligro de las dioxinas y los compuestos químicos obtenidos a partir de procesos de combustión. Y promovió el potencial de la energía solar como recurso sostenible y el reciclaje como medio más que práctico para reducir la acumulación de residuos.
En 1966 fundó el Centro para la Biología de los Sistemas Naturales, el primer instituto que se ocupó de los problemas ambientales en EE UU. Dejó la dirección del centro en el año 2000, a la edad de 82 años, aunque siguió investigando. En el momento de su muerte estaba escribiendo un libro sobre el origen de la vida.
También consiguió que el propio presidente Richard Nixon mencionase en su discurso de 1970 sobre el debate de la Unión que “la gran pregunta de los setenta es si deberíamos aceptar lo que nos rodea o deberíamos hacer las paces con nuestro entorno”.
Paralelamente a su imagen pública, Commoner fue un brillante profesor e investigador, estudió el metabolismo celular y el efecto de la radiación sobre los tejidos. Su equipo fue el primero en descubrir la existencia de los radicales libres —grupos de moléculas con electrones desapareados— y que estos eran indicadores de los estadios tempranos de la enfermedad del cáncer. También analizó la contaminación de los ríos norteamericanos por la irrigación de fertilizantes y el envenenamiento por plomo en barrios desfavorecidos.
Recupero un texto de 2004, una conversación con Commoner:
CON BARRY COMMONER EN SAN LORENZO DEL ESCORIAL
Para alguien vinculado a la ecología y la acción social, conocer personalmente a Barry Commoner sería el equivalente de un encuentro con Pelé para el aficionado al fútbol, o un rato a solas con los Rolling Stones para el viejo rockero. Así que no necesito subrayar la emoción que siento cuando aparece, en el vestíbulo del hotel Victoria Palace de San Lorenzo del Escorial, el octogenario biólogo estadounidense a quien ISTAS (Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud) y CIMA (Científicos por el Medio Ambiente) hemos invitado al curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid “Ciencia, tecnología y sustentabilidad” (26 al 30 de julio de 2004).
Commoner nació en 1917, el año de la Revolución de Octubre, y ya en los treinta –cuando era estudiante en la Universidad de Columbia— compartía las luchas de la izquierda estadounidense. Desde entonces no ha cejado en su compromiso con la transformación de la sociedad. Su larga y fecunda trayectoria científica abarca desde iniciales investigaciones militares sobre el uso del DDT para prevenir contagios de enfermedades tropicales infecciosas a las tropas estadounidenses que combatían en la segunda guerra mundial –que tempranísimamente le hicieron consciente de algunos de los peligros de los plaguicidas organoclorados–, pasando por la lucha contra las pruebas y las armas nucleares en los años cincuenta (“a mí fue la Comisión de Energía Atómica del gobierno estadounidense la que me metió en los asuntos ecológicos”, me dice), a la formulación de grandes síntesis ecosocialistas como Cerrar el círculo y En paz con el planeta (de 1971 y 1990 respectivamente), y finalmente le lleva a retomar la reflexión crítica sobre los fundamentos teóricos de la ingeniería genética en el Critical Genetics Project (desde 2000 hasta hoy). De todo ello va a hablarnos en las tres conferencias que impartirá el lunes 26 y martes 27.
“Nunca he separado ciencia de política, ya desde mis tiempos de estudiante en la Columbia University, y siempre he tomado iniciativas para intentar hacer conscientes a los científicos de sus responsabilidades en una sociedad democrática”, me dice Barry, mientras va evocando algunas de esas luchas cívicas, que compartió con activistas como Tony Mazzochi, uno de los pioneros en la protección de la salud laboral dentro del movimiento obrero estadounidense (recibo la triste noticia de la muerte, hace seis meses, de este sindicalista ejemplar, a quien tuvimos también con nosotros en un curso de verano en El Escorial, en julio de 1997). “Las obligaciones sociales de los científicos no sólo se refieren a la investigación y la enseñanza, sino que también han de ayudar a los ciudadanos a entender las cuestiones científicas que tienen impacto sobre la sociedad –impactos que vienen siendo cada vez mayores en los últimos decenios.”
Le pregunto por el fortalecimiento de las posiciones pronucleares, que intentan aprovechar el problema del cambio climático a causa del “efecto invernadero” para volver a construir centrales eléctricas de fisión. Barry me recuerda que el fue un buen amigo de Giovanni Berlinguer, y que ayudó a derrotar a las posiciones pronucleares dentro del Partido Comunista Italiano, en los setenta. “Es verdad que ahora la industria nuclear, que no levantaba cabeza desde finales de los años setenta, intenta aprovechar la ocasión. Pero los riesgos de la energía nuclear siguen ahí, los problemas sin resolver están ahí. En EE.UU., los gestores de los peligrosísimos residuos radiactivos que producen las centrales se atreven a prometer seguridad en sus depósitos durante diez mil años, pero –incluso si eso fuese posible— la actividad de esos residuos durará mucho más… Es un problema intratable, y si hubiese un intento serio de construir nuevas centrales, volvería a formarse un potente movimiento antinuclear. La solución estriba en el desarrollo rápido de las energías renovables, perfectamente capaces de asegurar el abastecimiento energético.”
Uno de los rituales en la jornada de Barry es la copa de vodka antes de cenar, normalmente compartida con su esposa, una jurista con quien vive en Brooklyn (en Queens, otro barrio de Nueva York, se halla desde 1981 la sede del Centro para la Biología de los Sistemas Naturales, que Barry fundó en 1966, y al que continúa yendo a trabajar cada día). “Just in case”, por si acaso, ha traído consigo una pequeña provisión de este alcohol que me remite a sus orígenes (es hijo de inmigrantes rusos), pero no tenemos que recurrir a ella: el camarero del hotel nos trae dos vasos de Smirnoff con hielo. Brindamos, y mentalmente ruego que este anciano delgado y vivaz permanezca aún entre nosotros muchos años, y que pronto pueda ver el volumen de escritos suyos inéditos en español que hemos pensado preparar juntos.
Jorge Riechmann
Lectura recomendada: Barry Commoner, En paz con el planeta (Crítica, Barcelona 1992; edición original de 1990).