David Trueba sintetiza algunos tópicos posmodernos cuando escribe que en nuestro mundo “las cosas suceden a velocidad de relámpago con poca propensión a dejar rastro o huella permanente”.[1] Pero ¿de verdad sucede así? Sólo fantasearemos con esa levedad si cerramos los ojos ante nuestras pesadas huellas de carbono, nuestro fenomenal acarreo de materiales,[2] nuestra grave huella ecológica… No es que las cosas no dejen huella, es que apartamos la mirada, y borramos activamente esas marcas –o más bien las marcas que esas marcas dejan en nuestra conciencia– cuando resulta posible. Tales estrategias se llaman negacionismo, y solemos asociarlo con el calentamiento climático, pero se trata de un fenómeno mucho más general: la cultura dominante practica un generalizado negacionismo respecto a todo lo que tiene que ver con límites biofísicos.
[1] David Trueba, “Swift”, El País, 5 de diciembre de 2014.
[2] En 2010 los seres humanos usamos unas 70.000 millones de toneladas de recursos naturales. Tendrían que elevarse a 270.000 millones si se quisiera, en 2050, que una población de 9.000 millones de personas se situase en el nivel promedio de consumo de los países de la OCDE (cifras de David Holmgren en Crash on Demand, publicado en diciembre de 2013 en su web: holmgren.com.au )… Pero eso no sucederá, el planeta no puede soportar esa presión, tamaña huella humana.