ningún rechazo esencialista de la tecnología, pero…

¿Podría ser que hoy la tecnología fuese nuestro peor enemigo?

 

Pero no de la forma más inmediata que enseguida nos viene a las mientes: los efectos imprevistos de nuestra imprudencia al desplegar con demasiada rapidez tecnologías de alto impacto cuyo funcionamiento en la biosfera terrestre no comprendemos bien. Sin duda esta forma de funcionar -condicionada por el funcionamiento del capitalismo- nos causa grandes problemas (pensemos por ejemplo en el amianto, los plaguicidas organoclorados o los disruptores hormonales), pero quizá no el peor de los problemas, que acaso tenga más que ver con el lugar cultural donde hemos situado a la tecnología.

 

Cabe pensar que el mayor, peor y más insidioso ideologema de nuestra época sea éste: no hay que preocuparse de la degradación extrema de la Tierra que estamos causando, nuestra tecnociencia mágica nos salvará. Las alfombras voladoras estarán disponibles a tiempo para escapar de las terribles consecuencias de nuestras acciones.

 

Y esa confianza irracional (yo la llamo hace tiempo tecnolatría) es uno de los factores clave que nos impide reaccionar frente a amenazas de calibre tan enorme como el calentamiento climático.

 

Ay, no disponemos de la eco-sabiduría que nos permitiría gobernar la tecnología. Y el intento por preservar lo que nos parecen logros supremos de la tecnociencia (internet sobre todo) nos conduce a la devastación de la biosfera (tal es, sintetizado al máximo, el argumento que desarrollé en ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?).

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