¡No le echemos a la Ilustración las culpas del capitalismo! Es un deporte frecuente, pero nos desencamina. Puede servir como ejemplo la tunda que propina Almudena Hernando al pobre Kant en su –por lo demás muy valioso— libro La fantasía de la individualidad, acusando al pensador que más defendió una dignidad humana supraempírica más allá de lo instrumental de… ¡“racionalista puramente instrumental”![1] Se le pueden reprochar otras cosas al filósofo de Königsberg, pero precisamente ésa no, de ninguna manera…
En la Razón hiperbólica con que soñaron los ilustrados había sin duda un punto de hybris y autoengaño, pero hemos de distinguirla, con todo, de la miope e imperialista racionalidad del Homo economicus con la que demasiadas veces, demasiado a la ligera, se la identifica. Nuestro problema no es que seamos demasiado racionales (sobre todo si pensamos en una racionalidad conectada a valores de emancipación), es que lo somos demasiado poco.
[1] «En su famosa obra Dialéctica de la Ilustración, Adorno y Horkheimer argumentaron que este desajuste entre lo previsto por la Ilustración y el desarrollo histórico residía en el tipo de razón que la sociedad estaba utilizando. En su opinión, el proyecto ilustrado sólo podía cumplirse si se dejaba de utilizar la razón kantiana puramente instrumental, y se empezaba a poner en práctica una razón crítica que tuviera en cuenta los objetivos últimos y las consecuencias de las acciones, es decir, la moralidad de los actos, que la razón instrumental había relegado al terreno del oscurantismo». Almudena Hernando, La fantasía de la individualidad, Katz, Madrid/ Buenos Aires 2012, p. 24.