no es una crisis, es una estafa

Tres decenios de degradación del vínculo social mientras el país se rendía a la ilusión de prosperar. Y ahora, de repente, en un apretón de un par de años –la doctrina del shock frente a la que prevenía Naomi Klein–, la rapidísima destrucción de lo valioso que aún resistía. Si dejamos que destruyan los servicios públicos esenciales –educación, sanidad, atención a la dependencia, pensiones–, estamos acabados como sociedad. La plutocracia que manda nos quiere aislados, insolidarios, imbéciles, pasivos, codiciosos, resignados, incultos, cínicos y egoístas.

Esta crisis, ha dicho David Harvey, es “un golpe de Estado que redistribuye la riqueza hacia arriba”. Golpe de Mercado, se ha dicho también. Y en las manifestaciones coreamos: no es una crisis, es una estafa.

Eso sí, pueden ustedes estar seguros: beber cocacola conduce a la felicidad.