En la semana anterior a las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo de 2015, Pablo Iglesias envía una carta a los activistas y simpatizantes de Podemos donde, tras pedir el voto y animar a todo el mundo a hacer los últimos esfuerzos de campaña, el secretario general de la formación morada escribe: “España está llena de personas sobradamente capacitadas para hacer que nuestro país quite el freno de mano y crezca con justicia y equilibrio social.”
Quitar el freno de mano… Alguien como Pablo Iglesias no puede ignorar que su metáfora productivista está subvirtiendo y escarneciendo, de forma directa, la advertencia del último Walter Benjamin, poco antes de su muerte en 1940: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia universal. Pero acaso las cosas sean completamente distintas. Quizá las revoluciones suponen el recurso al freno de emergencia por parte del género humano que viaja en ese tren”.
Yo partí de ese famoso texto para titular el primero de mis ensayos sobre cuestiones ecológico-sociales, ¿Problemas con los frenos de emergencia? (editorial Revolución, Madrid 1991).[1] En el cuarto de siglo que siguió, orienté mis esfuerzos a la tarea de intentar ecologizar a las izquierdas de mi país, avanzar en la construcción de alianzas roji-verde-violetas (en la estela de mis maestros Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey) que estuvieran a la altura del tremendo desafío histórico al que se enfrentaba la humanidad.
Llegar a 2015 con Pablo Iglesias hablando como si tal cosa de soltar el freno de mano, en vez de tirar del freno de emergencia, da idea del fenomenal desplazamiento hacia la derecha que ha experimentado la sociedad española en los tres decenios últimos (hacia la derecha, y hacia el cerril consenso productivista, consumista y negacionista que ésta ha logrado imponer) –y también da idea de la magnitud de la derrota de nuestros esfuerzos de signo ecosocialista y ecofeminista.
[1]Casi al comienzo de aquel texto señalaba yo en 1990-91: “El punto de vista desde el que está escrito el libro que sigue es que somos, efectivamente, pasajeros en un tren lanzado a toda velocidad y a punto de descarrilar. (…) Aunque no podemos predecir lo que sucederá en los próximos años, sí que podemos estar seguros de que algunas cosas no sucederán. Es imposible, por ejemplo, mantener los modos de producción y consumo del rico Norte (y no digamos generalizarlos). La actual economía capitalista mundial es incompatible con la preservación de una biosfera capaz de acoger, en condiciones aceptables, a la humanidad futura. Así de simple y abruptamente puede enunciarse el trágico nudo de lo que llamamos crisis ecológica mundial, cuyos dos principales rasgos definitorios son la globalidad y la irreversibilidad de los daños que está sufriendo la biosfera. Se trata de una situación histórica radicalmente nueva. Desde 1945 vivimos bajo la amenaza de una catástrofe nuclear mundial, desde 1970 aproximadamente somos conscientes de la globalidad de la crisis ecológica. Sería una ingenuidad pensar que realidades nuevas de este calibre pueden dejar intacto el concepto tradicional de ‘política’ y ‘lo político’; que carecen de consecuencias para quienes, en el final de siglo atroz en que nos hallamos, se plantean la acción colectiva emancipatoria.”