Se nos incita constantemente a una suerte de optimismo obligatorio, y no resulta difícil ver por qué: el Sistema de la Mercancía necesita vender mercancías.
Las reacciones de disgusto son comprensibles: pueden derivar en una apología del pesimismo –y por ahí nos metemos en un jardín laberíntico, pues quienes pensamos que el Sistema de la Mercancía es inaceptable y luchamos por transformarlo debemos mantener abierta la perspectiva de que esas luchas no son baldías. “El hombre no puede marchar sin una fe”, decía José Carlos Mariátegui, “porque no tener una fe es no tener una meta”. No se trata de optimismo, diría John Berger, se trata de esperanza. ¿Cómo conjugamos la fe con la lucidez, la inteligencia con la esperanza?
Si se nos propone: pesimismo que desmoviliza u optimismo desinformado, diremos que ésa no es una alternativa viable. Y en ningún caso deberíamos abdicar del valor de la lucidez –incluso cuando ésta conduce a cierto “pesimismo de la inteligencia” (dicho en los términos de la célebre fórmula gramsciana). Los engaños sacerdotales no son de recibo –ni siquiera si los propagasen sacerdotes marxistas bondadosos.
¿Entonces? Se trata de fortalecernos, cultivarnos, autoconstruirnos para ser capaces de no negar la vida y simultáneamente no negar los aspectos trágicos y abismales de la vida. Nada de pazguato optimismo desinformado, nada del keep smiling de los mercaderes, sino ese talante que en alguna ocasión he llamado –junto con gente como Kenneth Rexroth o Terry Eagleton— humanismo trágico: poder decir sí a la vida “incluso en sus problemas más extraños y duros” como sugería Nietzsche, incluso con esas dimensiones trágicas y abismales.
Pensemos en el caso de un enfermo grave… En tal trance, habrá quien se niegue a enterarse de su verdadero estado, y prefiera seguir flotando en el limbo de la desinformación: vemos a veces a quien entra en la agonía convencido de que está a punto de curarse. Y habrá también, en esa difícil situación, quien reniegue de la vida y de la Tierra y de la condición humana, quien desvalorice todo lo vivido ahora que se enfrenta al agujero tremendo de la muerte.
Uno debería poder esquivar esas dos actitudes, y en cambio ser capaz de aproximarse a la muerte serenamente, diciendo algo así como: valió la pena el camino, y el sol luce alto sobre los campos, y otras y otros van a seguir caminando… Todo eso me llena de alegría el corazón.