https://www.elsaltodiario.com/opinion/no-solo-renovables-va-transicion-ecosocial
(Aunque firman este artículo Arturo y Miriam, hemos participado en su redacción también Helios, Luis, Adrián, yo mismo… Lo indico sólo porque comparto ese análisis; y El Salto no deja aparecer a muchos firmantes en sus publicaciones.)
No sólo de renovables va la transición ecosocial
Dentro del ecologismo, y también dentro de Ecologistas en Acción, la organización en la que participamos, existe un importante debate alrededor del despliegue de captadores de energías renovables con alto contenido tecnológico (a partir de ahora renovables industriales, para simplificar). Es un debate que probablemente nunca zanjemos y que ni siquiera haga falta cerrar, pues nos ayuda a aprender y evolucionar. En este texto vamos a defender, con asertividad pero con respeto hacia las personas con las que compartimos organización y mirada ecologista, una visión crítica con el despliegue masivo, empresarial y especulativo de las renovables industriales que hoy es hegemónico en la península ibérica. Lo hacemos sin usar palabras gruesas para adjetivar otras opiniones y partiendo del reconocimiento de que podemos errar. Nuestro objetivo es contribuir a fomentar un marco de diálogo constructivo.
Siendo éste un debate muy amplio, plural y con muchos matices, podemos identificar al menos un eje de polarización claro: por un lado, se encuentran quienes apuestan, aún con reservas, por una rápida y masiva implantación de renovables industriales a pesar de que no conlleven cambios estructurales en el actual sistema socioeconómico (lo que no quiere decir que muchas de esas personas no anhelen ese cambio). Por otro lado, quienes impugnamos el actual modelo de implementación masiva de renovables anteponiendo la necesidad de avanzar decididamente hacia un decrecimiento material vinculado a un cambio de modelo socioeconómico en clave anticapitalista. Pese a que contemplamos la posibilidad de una moderada implantación de renovables industriales, mantenemos una postura muy crítica frente al actual despliegue y, sobre todo, creemos que ahí no está la tecla clave que debemos pulsar.
Quienes impugnamos el actual modelo de implementación masiva de renovables anteponiendo la necesidad de avanzar decididamente hacia un decrecimiento material vinculado a un cambio de modelo socioeconómico en clave anticapitalista
Pero aún reconociéndonos en uno de los ejes del debate así planteado, pretendemos justamente cuestionar los términos dicotómicos en los que se ha venido planteando.
De hecho, vemos con preocupación cómo la discusión sobre la implantación de renovables industriales está centrando de manera simplificada el debate actual sobre la transición ecosocial en su vertiente más ambiental. Consideramos que se incurre en un grave reduccionismo y se asume la parte por el todo, relegando lo que tendría que ser un debate mucho más amplio y complejo en torno a las transiciones ecosociales, en el marco a su vez de un programa anticapitalista más amplio, debate que por ello debería incluir muchas más dimensiones. Una de las consecuencias de este reduccionismo es que toma cada vez más un cariz técnico dirigido por pequeños grupos de personas muy especializadas (no es casualidad que las discusiones estén copadas por un perfil muy homogéneo: hombres, blancos, del Norte Global, con estudios superiores…). Sin embargo, situar el foco en lo técnico deja fuera la dimensión político-social, que a nuestro juicio es crucial.
¿Qué orden político, económico y cultural podemos sostener con una matriz energética 100% renovable (y por tanto con una disponibilidad energética intermitente y que se encuentra dispersa, no concentrada, en el planeta)? ¿Qué agentes queremos que tomen las decisiones sobre el proceso de transición ecosocial, o dicho de otra forma, cuáles son los sujetos de las transformaciones? ¿Qué formas de colonialismo y otras relaciones de poder profundiza el capitalismo verde y digital en el que se inscribe el actual despliegue masivo de renovables industriales? ¿Cuánta energía sería necesaria si ponemos el foco en la reproducción de las vidas (y qué vidas) y no en la reproducción del capital? ¿Cómo se configurarían sociedades que asuman hasta el final que somos ecodependientes y que la prioridad social es el cuidado de todas las vidas en un contexto de policrisis que no es solo climática? Estos son algunos de los elementos fundamentales que entendemos deberían centrar las propuestas de transición o, tal vez mejor dicho, transformación ecosocial.
No abordar suficientemente estos temas deja de lado los imprescindibles debates de fondo estratégicos y eminentemente políticos que debieran orientar las luchas. Una de las derivaciones de la preponderancia de lo técnico frente a lo político es la especialización, profesionalización y con ello las formas tecnocráticas de hacer política: la presión institucional, las denuncias judiciales, el cabildeo ciudadano, el acento en lo mediático… son tendencias que se retroalimentan y observamos en una parte del mundo ecologista (y también en otros movimientos sociales). No queremos decir que estas formas de lucha no sean necesarias, sino que usar preminentemente estas estrategias, que se sitúan dentro del marco del sistema, no está siendo capaz de transformarlo de manera profunda. Es más, no creemos que vaya a poder hacerlo. Y nos va, literalmente, la vida en conseguirlo. Aplicado esto a la transformación energética, diríamos que el problema no es que hubiese un moderado despliegue de las renovables industriales realizado por multinacionales del sector. El problema es que nuestra propuesta y acción política ecologista no se salga claramente de ese marco; que no apueste de forma más decidida por los formatos técnicos, políticos y económicos que permitirían una transformación energética claramente rupturista.
Este debate, en nuestra opinión, constituye solo un síntoma de diferencias estratégicas y políticas mayores dentro del movimiento ecologista. Estas diferencias no parten de la discusión sobre las renovables ni sobre la acción institucional, sino de cómo afrontar la coyuntura y, por tanto, del análisis de la crisis capitalista en el momento histórico actual y de las estrategias de lucha que se derivan de ello para hacerle frente. Ese es el debate que queremos afrontar.
El capitalismo se enfrenta hoy a una policrisis con un fuerte componente socio-ecológico, y ello le empuja a intentar cambiar a toda velocidad su matriz energética, que durante dos siglos ha estado basada en la alta densidad energética, disponibilidad en formato stock, abundancia y precios bajos de los combustibles fósiles (y especialmente del recurso fósil más preciado: el petróleo). Aquí es donde se inscribe el actual modelo de despliegue de energías renovables industriales, que trata a su vez de resolver algunas de las contradicciones internas del desarrollo capitalista impulsando un nuevo ciclo industrial sobre bases renovadas. Un despliegue cuyo objetivo es tratar de proveer las necesidades energéticas de un capitalismo en transformación, que ahora se quiere verde y renovable. Esta relación entre renovables industriales y crisis capitalista es secundaria para quienes opinan que importa más la celeridad del despliegue de estas tecnologías que construir un proyecto político que impugne el sistema y avance hacia la construcción de otras formas de organizar la vida.
El modelo de implantación masiva de renovables industriales no cambia el sistema. Por ejemplo, es colonial, ya que se pretende que sean ciertos pueblos y territorios del Sur global los que, una vez más, sacrifiquen sus materiales, su agua, su tierra… en fin, sus cuerpos y territorios. Sigue apoyándose en la destrucción ecológica, por ejemplo, con la expansión de la minería, que es inevitable por mucho que se avance hacia la circularidad (algo que por otro lado tiene límites dentro del capitalismo).
El modelo de implantación masiva de renovables industriales no cambia el sistema. Por ejemplo, es colonial, ya que se pretende que sean ciertos pueblos y territorios del Sur global
Nuestra postura es que solo si cambiamos el modelo productivo podrá haber una relación pacífica con el resto de la vida. Que la superación del capitalismo sea una tarea gigantesca no debería condicionar cuál es el foco de nuestra acción política, sino obligarnos a pensar mejor y en colectivo las estrategias más adecuadas.
Nos angustia la forma en que está agravándose la emergencia climática. Pero acelerar una clase de transición energética que no desactiva las causas profundas de la extralimitación ecológica no nos sacará de apuros. Creemos que solo las propuestas encaminadas a superar el orden capitalista permitirán avanzar hacia transiciones energéticas eficaces (en términos de reducción de emisiones) y socialmente justas. Lo demás tiende a reducirse a una transformación tecnológica orientada a la recuperación de la acumulación para las clases dominantes. Consideramos que el papel del ecologismo social no puede ser otro que oponerse a tal dinámica, incluso si ello implica parar determinados proyectos de energías renovables.
Compartimos con el resto del ecologismo que necesitamos constituir un movimiento propositivo, anclado al territorio, que construya una alternativa política y no se quede en la mera negación. Pero eso no se puede limitar a propuestas dentro del marco de lo admisible en nuestro orden socioeconómico, porque justo lo que tenemos que impugnar es dicho orden. Y creemos que el papel de los movimientos sociales es, precisamente, ampliar el marco de lo posible. De manera que necesitamos impulsar colectivamente un programa de cambios estructurales. Estos cambios, por supuesto, deben ser realizables, universalizables (en el sentido de que pudieran ser extensibles más allá de las sociedades privilegiadas del Norte global, no de imponer un determinado modelo) e internacionalistas. Esto implica no restringir nuestra imaginación política al modelo de satisfacción de necesidades implantado en nuestro territorio en los últimos cincuenta años, que se articula alrededor de la producción industrial globalizada. Miremos al grueso de la historia de la humanidad, en la que la vida no ha dependido de renovables industriales (ni de fósiles, ni nucleares) o a los pueblos y comunidades que hoy centran su forma de organización en un uso energético mesurado, basado en tecnologías construidas con materiales y energía renovables, que se integran en el funcionamiento de los ecosistemas y que están controladas de forma comunitaria. Y hagámoslo no con una mirada nostálgica o romántica hacia el pasado, sino abriendo un abanico de posibilidades futuras.
Consideramos que el ecologismo social no puede permitirse ser una especie de conciencia verde de un capitalismo en crisis, ni tiene la necesidad de ello. Nuestras fuerzas deberían orientarse a potenciar colectivamente la movilización y organización del conflicto social contra especuladores, empresarios y políticos profesionales incapaces de hacer frente al drama ecosocial que padecemos. También a tejer amplias alianzas con otros movimientos y luchas de base y de clase. Lo contrario nos mostraría a ojos de la sociedad con un discurso, a veces, indistinguible del capitalismo verde del gobierno o de los departamentos empresariales de responsabilidad social corporativa. Estamos de acuerdo en que ni las multinacionales ni el Estado son las fuerzas que empujarán hacia sociedades realmente sostenibles y justas. Por lo tanto, necesitamos construir un sujeto social ecologista radical y eso requiere mostrar claramente los antagonismos. Centrar nuestro discurso en las alternativas comunales, señalar las falsedades del realismo capitalista, y apoyar y potenciar las luchas y conflictos en los territorios nos ayuda en este sentido.
Consideramos que el ecologismo social no puede permitirse ser una especie de conciencia verde de un capitalismo en crisis, ni tiene la necesidad de ello.
En definitiva, hablamos sobre cuál es el papel del ecologismo en la sociedad. En nuestra opinión es prioritario el potenciar luchas colectivas y tirar de la cuerda constantemente hacia formas de vida realmente sostenibles, justas y democráticas. Esto quiere decir que, incluso en los momentos en los que no tengamos más remedio que gestionar los desastres de nuestra sociedad industrial, tendremos que tener la mirada puesta en una transformación profunda y una acumulación real de fuerzas (en palabras de André Gorz: “reformas no reformistas”). Insistimos, la implementación masiva de renovables industriales no transforma de manera radical nuestra sociedad: están controladas por grandes empresas, se enmarcan dentro de la lógica del mercado, tienen impactos ambientales considerables (aunque eso no las pone al nivel de los combustibles fósiles, ni de la energía nuclear), de momento no sustituyen a los combustibles fósiles sino que expanden el consumo energético, están ancladas a un modelo extractivista de combustibles fósiles y de minerales escasos (que requieren de una minería agresiva), están atravesadas por la colonialidad, etc. Por eso, consideramos que el foco del ecologismo social tiene que situarse en otro lado. Tiene que estar dirigido a ampliar los límites de lo posible, a empujar hacia un lugar distinto de lo factible aquí y ahora. Y empujar hacia ese otro lugar no impide que pueda llevarse a cabo cierto despliegue de renovables industriales. Más bien, lo que proponemos es que nuestro papel no es tanto apoyarlo, sino redirigirlo hacia la construcción de otras formas de organizar la vida.
Todo esto se plasma, en cuanto a propuestas políticas, en que necesitamos poner el grueso de nuestras fuerzas en transitar hacia sociedades que se adapten a una disponibilidad energética intermitente, dispersa y en menores cantidades, que es lo que caracteriza al uso de la energía en la naturaleza. No se trata de forzar el modelo energético para que pueda continuar un sistema cimentado sobre múltiples relaciones de poder, que profundiza la crisis ecosocial, y que requiere una alta densidad energética, disponibilidad ininterrumpida y cantidades ingentes. De este modo, la lucha por un nuevo modelo energético radica, más allá de la transformación de las técnicas y las fuentes energéticas, en la construcción de nuevos órdenes económicos, políticos, sociales y culturales: basados en economías locales y diversificadas, en los trabajos reproductivos (que tienen que repartirse) más que en los productivos (que tienen que disminuir) e integradas en el funcionamiento de los ecosistemas (o, dicho de otro modo, articuladas alrededor del sector primario agroecológico). Y, por supuesto, no capitalistas, lo que significa desmercantilizadas y con una prominencia central de los comunalismos. Hay un crisol de ejemplos que pueden ser fuente de inspiración, no solo en el ámbito de los movimientos sociales, sino en aquellos barrios, pueblos y comunidades que a lo largo de la historia, ya sea por opción política o por necesidad, han desplegado formas colectivas de sostener la vida.
Si nuestro planteamiento es obtener energía para que este sistema insostenible pueda mantenerse y tratar de seguir creciendo, está condenado al fracaso. Pero si somos capaces de avanzar hacia transformaciones de fondo del modelo económico, político, social y cultural que nos permitan vivir dentro de los límites del planeta, entonces las fuentes renovables de energía podrán proporcionarnos lo suficiente. No cabe duda de que, además, esas transformaciones tendrán que partir de propuestas feministas, de clase, antirracistas y decoloniales para construir formas de vida justas para todas. Pongamos el grueso de nuestra energía en ello. En estos tiempos dominados por el belicismo, la emergencia ecosocial y la oleada reaccionaria, nos urge repensar nuestros análisis, estrategias y prácticas: confiamos en que este debate abierto sirva para ello en clave respetuosa, propositiva y movilizadora.