En la entrada al tren de cercanías, un tipo alto y fornido se abre paso sin miramientos. Todo en su gestualidad indica: aparta, voy a pasar primero –aunque sea por encima de ti.
Viste una cazadora negra con el ominoso lema: Only one of ten survives. Sobre la espalda, dibujados, nueve muñequitos de color rojo y uno de color blanco.
Y quienes sabemos cómo es de verdad el mundo en el que estamos viviendo –Antropoceno, Extremistán, calentamiento global, cenit del petróleo, hecatombe de biodiversidad…– no ignoramos que ésa podría ser la proporción a finales del siglo XXI: uno de cada diez. Nada más adecuado que actualizar la noción del carácter exterminista de la civilización capitalista, elaborada por el movimiento pacifista antinuclear de los años ochenta del siglo XX.
D.H. Lawrence dijo en cierta ocasión: “Tenemos que vivir, no importa cuántos cielos hayan caído”. ¿De verdad habría que obstinarse en seguir adelante en cualesquiera circunstancias, después de los peores envilecimientos, tras las peores catástrofes colectivas? Si son exterminados nueve de cada diez, ¿no estaría justificado abandonar con dignidad la escena de este Gran Teatro, antes que tratar de seguir adelante con la función? ¿The show must go on también después de las peores galopadas de los jinetes del Apocalipsis? ¿O quizá, como señalaba el historiador y activista británico E.P. Thompson con referencia a una guerra nuclear –y no hay motivos para pensar otra cosa con respecto a un ecocidio más genocidio–, si alguien se salvara iba a estar tan asqueado de sí mismo y de la humanidad que “no volvería a pensar en mucho tiempo en problemas políticos esenciales”?
Me aparto ante el tipo de la cazadora negra para evitar ser empujado.