pandémica (y sinóptica) y terrestre: notas sobre covid-19 (en el número 881 de ínsula)

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notas covid-19 JorgeRiechmann en ÍNSULA 881

https://www.insula.es/revista/miscelaneo-mayo-2020

 

 

pandémica (y sinóptica) y terrestre: notas sobre covid-19

 

Desde el comienzo de la covid-19 (sí, en femenino; porque no se trata del nombre del virus, sino de la abreviatura de “enfermedad causada por coronavirus que surgió en 2019” en inglés), muchos lectores y lectoras han vuelto a frecuentar La peste de Camus, el Diario del año de la peste de Defoe o las tremendas páginas de Tucídides sobre las fiebres tifoideas en Atenas. A mí no me ha tentado esa mirada literaria y retrospectiva: lo que me impresiona más es el valor anticipatorio de la situación actual. No la memoria de las pestes pasadas sino el aviso sobre el colapso ecológico-social que se acelera y va intensificándose.

 

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¿No se podía saber? Por el contrario, las advertencias de la OMS y otros organismos de especialistas han sido numerosas (sin ir más lejos, el Informe anual sobre Preparación Mundial ante Emergencias Sanitarias de septiembre de 2019 alertaba perfectamente frente a lo que sucedió a partir de enero). Pero no hicimos caso de este conocimiento experto, igual que no lo hemos hecho de los mil avisos sobre la tragedia climática en ciernes, la Sexta Gran Extinción o las crisis maltusianas de recursos a las que vamos a hacer frente.

 

Sí, la pandemia de la covid-19 es una suerte de “examen sorpresa” –como ha sugerido también Ángel Calle Collado– frente a los previsibles y previstos colapsos sanitarios y alimentarios que vienen analizando, entre otros, los informes del IPCC.

 

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¿Cómo se enfrentan los juristas de prestigio a una crisis existencial de nuestras sociedades, provocada por el mal encaje de las mismas en la biosfera? Puede servir como ejemplo esta reflexión de Tomás de la Quadra Salcedo, catedrático emérito de Derecho Administrativo, ex ministro de Justicia y ex presidente del Consejo de Estado, entre otras altas dignidades. Señala que está en juego “una obligación ineludible: la de no hacer daño a los demás. El viejo principio romano de no hacer daño al otro (el alterum non laedere de Ulpiano) continúa explicando muchas cosas, como esta mutación de los límites de nuestros derechos fundamentales provocada directamente por un hecho de la naturaleza”. Y es que los hechos científicos, sigue diciendo con harta razón el ex ministro de Justicia, “delimitan automáticamente la frontera de nuestros derechos con nuestra obligación de no hacer daño a los demás. Las medidas adoptadas delimitan o restringen nuestra libertad (…), pero no violan nuestro inexistente derecho fundamental a poner en peligro la vida y salud de los demás. Las medidas no se dirigen a suspender derechos, que en realidad no permanecen inmutables en el escenario de una naturaleza desenfrenada, sino a adoptar las científicamente necesarias, por duras que nos resulten, para evitar la catástrofe. Su proporcionalidad es otra cuestión bien relevante, controlable por los tribunales atendiendo a criterios técnico-científicos”.

 

¿Está hablando, en su artículo del 7 de abril de 2020, de la catástrofe climática en ciernes –la manifestación más evidente de una crisis ecológico-social global que, en efecto, pone en jaque el ser y no ser de nuestras sociedades y frente a la cual la ciencia emite advertencias ya casi desesperadas? No, Tomás de la Quadra Salcedo está hablando del coronavirus SARS-cov-2. Pero todo su razonamiento debería aplicarse, con más peso aún, a la crisis climática (si es que “crisis” resulta el término adecuado aquí, luego volveré sobre ello.)

 

Lo que se puede ver ahora con claridad es que la emergencia climática que declararon hace meses diversas instituciones era totalmente fake: discurso (bienintencionado) no acompañado por acción. El parón en seco de nuestra sociedad para combatir la covid-19 nos da la medida de la dimensión que tendría, de verdad, iniciar una transición ecológica.

 

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¿Se trataría de un shock exógeno para la economía? Sólo si la pensamos como un sistema desligado de los ecosistemas, los seres vivos y los territorios –pero eso es el mundo al revés, la demencial inversión que las visiones económicas más realistas (como la economía ecológica y la economía feminista) llevan decenios denunciando desde el margen donde han sido confinadas… Mi metáfora de lo extramuros y lo intramuros (en Ética extramuros y otros libros) capta algo de este problema. Por aclararlo muy brevemente: se trata de comprender el lugar del ser humano en el cosmos (extramuros en la biosfera terrestre), no sólo mi lugar (o el de mi endogrupo, o el de mi sexo/ género, o el de mi clase social, o el de mi etnia) dentro de las relaciones de dominación (intramuros de la ciudad humana).

 

No se trata de un shock exógeno, es una perturbación interna del sistema Tierra. La crisis sanitaria causada por el coronavirus nos devuelve bruscamente a la realidad: somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera donde “todo está conectado con todo lo demás” (según la célebre “primera ley de la ecología” de Barry Commoner). Podríamos aterrizar, dejar de vivir como alienígenas depredadores de la Tierra.

 

En efecto, si fuésemos –fantasía de ciencia-ficción– una colonia organizada por una civilización extraterrestre para la rápida extracción de los recursos del planeta Tierra, poniéndolos al servicio de un proyecto alienígena de mercantilización generalizada, ese metabolismo imaginario no diferiría demasiado del que de hecho está hoy funcionando (y que acaba de sufrir un parón inesperado a causa de la pandemia). El capitalismo fosilista convierte hoy en escasos incluso los recursos minerales más abundantes (como la arena), desequilibra el clima hasta desembocar en perspectivas de calentamiento infernales, esquilma el suelo fértil y el agua dulce, y desgarra hasta tal extremo el tejido de la vida que tenemos que inventar neologismos como “desfaunación” para referirnos a las dimensiones casi inconcebibles de la Sexta Gran Extinción en curso. Cada una de estas agresiones contribuye no sólo a incrementar la probabilidad de nuevas pandemias, sino asimismo a minar las bases de la salud de todos y cada uno de los ecosistemas y, por tanto, de todas y cada una de las comunidades humanas.

 

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Han proliferado durante el confinamiento las bromas irónicas y los memes escépticos sobre “la naturaleza nos envía un mensaje”. Bromas que tenían un pase al principio (porque es verdad que Homo sapiens ve rostros y mensajes por todas partes) pero se han vuelto estos días muy cansinas: encierran en sí mismas un submensaje que deberíamos rechazar. “Vade retro gaianas, sólo los humanos emitimos mensajes” es en efecto una manifestación más del ubicuo exencionalismo humano (que nos representa como separados de la naturaleza y exentos de cumplir con sus leyes básicas.), una de las raíces culturales del ecocidio en curso.

 

Cuidado con el antiecologismo de baratillo, nos desencamina. Sí, la naturaleza nos envía un mensaje: no te creas al margen de las leyes de la biología y la física, hombrecillo chalado…

 

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“El virus somos nosotros”, cuando lo dice alguien como Eliane Brum, no revela ningún nihilismo ni sospechosas derivas impolíticas. Apunta a que quizá tenemos, además de un problema fenomenal con el capitalismo, un problema civilizatorio (¿y quizá antropológico?) más profundo. Y eso incomoda, claro, porque nos pone las cosas aún más difíciles.

 

Debería bastar un minuto de reflexión, y escuchar a alguna de nuestras amigas hablar de patriarcado, para darse cuenta de que “el virus es el capitalismo” (arrojado contra quien enuncia que “el virus somos nosotros”) supone una simplificación que no ayuda mucho. Y luego hay otro aspecto importante que aparece invirtiendo la fórmula: nosotros somos virus. Literalmente, holobiontes de virus y bacterias combinados a lo largo de 3.800 millones de años de coevolución, en el planeta simbiótico que tan bien estudió Lynn Margulis.

 

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Necesitamos visión de conjunto, panorámica: el filósofo, la pensadora en cuanto synoptikós. Esta pandemia –como decía William E. Rees en otro de sus lúcidos artículos– es como el tráiler, sólo un avance de la película más amplia. Si superamos este obstáculo en dos años, sólo será para hacer frente al siguiente: una crisis de deuda, o una crisis energética, u otra guerra más por los recursos que van escaseando… ¿Volver a la normalidad? El profesor canadiense apunta que “volver a la normalidad es el equivalente a que Noé desmantelara el arca durante la tormenta para intentar construir un yate más grande y más cómodo. Nosotros y él iríamos al fondo junto con el resto de la vida animada…”

 

No, no vamos a tener “normalidad” (ese anhelo remite a cómo idealizamos el capitalismo bien ordenado de tipo más o menos keynesiano –ese breve episodio de la historia humana que quedó definitivamente atrás). Eliane Brum acierta: recuperar la “normalidad” sería “regresar a la brutalidad cotidiana que es sólo ‘normal’ para unos pocos, una normalidad arrancada de las vidas de muchos a quienes diariamente les dejan el cuerpo exhausto. La interrupción de lo ‘normal’, causada por el virus, puede ser una oportunidad para diseñar una sociedad basada en otros principios, capaz de detener la catástrofe climática y promover la justicia social. Lo peor que nos puede pasar después de la pandemia es precisamente volver a la normalidad”, porque esa normalidad era catastrófica.

 

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Nada más importante que darnos cuenta de que esta crisis sanitaria, la crisis energética, la crisis climática, la crisis de biodiversidad, son manifestaciones de una crisis sistémica general, una crisis ecosocial a la que sólo podemos hacer frente de forma razonable con cambios también sistémicos. De ahí lo peliagudo de nuestra situación.

 

(Y atención al término de crisis en relación con lo ecológico-social. El lenguaje ético-político no es neutro ni inocuo: Mark Alizart dice que la palabra “crisis” ya apunta a una concesión a la ideología dominante y una derrota. “La crisis es aquello sobre lo que no tenemos control, lo que recae sobre nosotros sin previo aviso, aquello cuya responsabilidad incumbe a todo el mundo (en otras palabras, a nadie). Hemos sabido lo que estamos haciendo contra el clima y la biodiversidad durante más de sesenta años. Y cuando digo ‘nosotros hemos sabido’ no me refiero a treinta especialistas reunidos en un comité Théodule. Los industriales del petróleo y el gas, es decir, los contaminadores, y nuestros gobiernos (a menudo son los mismos) fueron los primeros en enterarse de esto”. Así que lo sabían, como dijo Alexandria Ocasio-Cortez; Exxon knew, y el resto de las elites políticas y económicas también; y no sólo no hicieron nada, sino que invirtieron miles de millones para que la sociedad no lo supiera. De manera que hablar de una crisis, en el caso del vuelco climático, equivale a dar a estas personas un cheque en blanco, “negarse a nombrar al enemigo” –sigue Alizart– y, por tanto, evitar que se luche contra él. En lugar de crisis, deberíamos hablar más bien de escándalo, delito o incluso golpe de Estado. Aquí también nos ayuda mucho la reflexión de Bruno Latour y Roger Hallam, en estos años últimos.

 

Proporción: la crisis originada por esta pandemia sanitaria de la covid-19 es poca cosa al lado de lo que se avecina a causa de la catástrofe climática, la crisis energética y la Sexta Gran Extinción.

 

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Justo antes de que comenzase nuestra cuarentena social por la pandemia paseé junto al río Pradillo y escribí estos versos:

 

1   Un ser tan minúsculo, ni siquiera/ del todo vivo –aquella hebrilla de ARN/ con un poco de grasa y proteína/ que necesita poner a trabajar a esas células tuyas/ para reproducirse, algo fantasmalmente–,/ esa minucia apenas viva o ni siquiera viva/ ha conseguido a todos recordarnos/ que sí nosotras, nosotros/ sí que estamos vivos/ y que mortales como somos/ podemos acogernos, cuidarnos, amarnos en el seno//de tanto don esplendoroso// 2   Buena ocasión estos días/ –hasta poder volver a estrechar/ cuerpos humanos–/ para abrazar pinos y robles…// …pero cualquier momento es bueno/ para abrazar pinos y robles// 3   Confinamiento./ Pero dentro del alma/ bosques y ríos

 

Jorge Riechmann

En Cercedilla, marzo y abril de 2020