para intentar evitar el infierno (algunas ideas después del 11-M)

  • [recupero estas páginas publicadas en Viento Sur 73, en marzo de 2004]

 

1. Como se ha repetido estos días, el 11-M es nuestro 11-S. Los efectos, sin duda, van a ser de muy largo alcance, tanto en nuestro país como en el conjunto de la Unión Europea. De cómo consigamos elaborar colectivamente el trauma de los atroces atentados –más de doscientos muertos, más de mil cuatrocientos heridos— van a depender luego durante mucho tiempo las expectativas de quienes pensamos que “otro mundo es posible”, y sabemos que no disponemos de mucho tiempo para construirlo. Por eso, creo que el trabajo principal de la izquierda europea durante los próximos meses tendrá que centrarse en evitar una deriva xenófoba y militarista en nuestras sociedades.

2. La seguridad no es un tema ni una idea de la derecha. Si falta seguridad y autoconfianza, es imposible el ejercicio de la libertad: sobre ello ha insistido con acierto Zygmunt Bauman[1]. Sin seguridad no cabe pensar en la democratización efectiva de nuestra vida política, económica, cultural. En lo que sí se diferencian izquierdas y derechas es en el contenido específico que insuflan al concepto: nosotros queremos seguridad compartida basada en la justicia, frente a dominio militar; seguridad en el empleo, frente a más perros guardianes y policía privada; seguridad frente al riesgo químico, frente a los desastres medioambientales, frente a las aventuras tecnocientíficas que hacen padecer a todos riesgos inasumibles, frente a la arbitrariedad del poder… De otra forma: su seguridad tiene más que ver con los ministerios de Interior y Defensa, y con las empresas privadas de vigilancia; nuestra seguridad tiene más que ver con los ministerios de Medio Ambiente y Trabajo, y con las organizaciones populares. En los tiempos que vienen, necesitamos construir un discurso de izquierdas sobre seguridad que sea inteligente, sólido y creíble.

3. El eslogan “vascos sí, ETA no” estaba bien orientado en las manifestaciones donde pedimos la vida de Miguel Ángel Blanco: su equivalente ahora es “musulmanes sí, Al-Qaeda no”. La tarea socio-cultural de luchar contra el odio al extranjero reviste hoy una importancia todavía más decisiva que antes. Un psicoanalista escribe: “No hay certeza colectiva del sentido sin expulsión del mal hacia fuera. Así se funda el Enemigo. Velado así el sujeto del trauma por el fantasma del Enemigo, la precariedad del hombre y su demanda de amor se convierten en extraordinariamente peligrosas.”[2] Tenemos que hacernos conscientes de ese tipo de mecanismos, y trabajar conscientemente sobre nosotros mismos. La tarea pedagógica y autoformativa que tiene frente a sí la sociedad española es inmensa.

4. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 hubieran podido ser una oportunidad –traumática, horrible, pero no por ello menos real— de encuentro con el otro. Los atentados del 11 de marzo de 2004 suponen una oportunidad semejante. Las clases dirigentes de nuestro mundo “globalizado” persiguen la distopía del final de toda alteridad (teorizada como “fin de la historia” por el teólogo Fukuyama); quizá no sea tarde para que todos podamos aprender de lo ocurrido[3].

Aprender que no resulta posible la seguridad sin justicia. Aprender que las fantasías de omnipotencia e invulnerabilidad no son efectivamente más que eso: fantasías. Aprender que en este planeta pequeño y sobrepoblado, somos tantos y tan diversos que la única posibilidad de convivencia razonable se basa en una negociación incesante, un diálogo sin término cuya primera premisa es reconocer al interlocutor como ser humano. (Para que no se malinterprete lo anterior: no estoy defendiendo con ello el diálogo con el terrorista que se ha autoexcluido de la comunidad de dialogantes.) Como escribía el politólogo Alberto Melucci, un límite “representa confinamiento, frontera, separación; por tanto, también significa reconocimiento del otro, el diferente, el irreductible. El encuentro con la alteridad es una experiencia que nos somete a una prueba: de ella nace la tentación de reducir la diferencia por medio de la fuerza, pero también puede generar el desafío de la comunicación como emprendimiento siempre renovado.”[4]

5. Como nos recuerda Gustavo Martín Garzo en un hermoso artículo sobre el cine –“El hombre sin rostro”–, la mirada al rostro del otro es igualitaria. “Levinas escribió que el rostro humano comporta siempre una prohibición: no matarás. Es a la vez el lugar de la extrañeza y del reconocimiento. Un espejo. Vemos en él al otro, pero también nuestro destino, un destino compartido.”[5] Tenemos que ser capaces de mirar al otro a los ojos. No me refiero por supuesto al rostro de Osama Bin Laden –hoy, otro icono mediático cuyo demoníaco poder de fascinación probablemente sólo exorcizaría un juicio imparcial ante el Tribunal Penal Internacional instituido por NN.UU.–, sino al del barbudo musulmán que en alguna ciudad de Pakistán o Palestina festejó el crimen del 11 de septiembre; o los ojos claros de la mujer afgana que, en medio de los bombardeos contra su país, nos echaba en cara nuestra doble moral a la hora de defender de veras los derechos de las mujeres; o el rostro del fanatizado adolescente marroquí que puede haber contemplado los cuerpos reventados dentro de los trenes de cercanías que partieron de Alcalá de Henares como una especie de victoria.

6. No hay más que una vía que a medio plazo desactive el horrible desastre en que estamos sumidos, y que se agrava de día en día: Europa y EE.UU. tienen que hacer lo que dicen. Tienen que ajustar sus actuaciones reales a sus hermosos discursos sobre valores e ideales. Tenemos que ver la viga en el ojo propio. Si hablamos de democracia, tenemos que practicar democracia de verdad; si hablamos de ecología, tenemos que proteger los ecosistemas de verdad; si hablamos de desarrollo sostenible, tenemos que ayudar al Sur de verdad; si hablamos de derechos humanos, tenemos de verdad que tomarlos en serio, siempre y en todas partes, sin dobles raseros. Sólo si cada cual mira la hendidura dentro de sí puede el mundo aspirar a salvarse del abismo dentro del cual está precipitándose. “La ahimsa” (noviolencia), escribía Gandhi, “comienza y termina enfocando la linterna hacia el interior”.[6]

7. Aunque pueda parecer un tema menor, creo que en la situación presente hay que dar un valor especial a la veracidad. La obscena práctica de mentira y manipulación del gobierno del Partido Popular, sobre todo en los dos últimos años, marca un nivel casi terminal de degradación de nuestra vida pública. Cuando uno no puede leer documentos oficiales de la UE –por ejemplo, sobre la inexistente Estrategia Española de Desarrollo Sostenible–, elaborados a partir de la información suministrada por España, sin sentir vergüenza porque esa información es falsa; o cuando asiste al triste espectáculo de retención de información por parte del ministro del Interior, con el objetivo de obtener una ventaja electoral, en un contexto tan tremendo como el de los días que han mediado entre los atentados del 11 y las elecciones generales del 14 de marzo, el asco que nos invade es grande, y la tentación de creernos diferentes y superiores también lo es. Pero ¿de verdad renunciarían la izquierda y los movimientos sociales alternativos al arma de la mentira para tratar de conseguir una ventaja política, siempre y en toda circunstancia? ¿De verdad recuerdan de forma constante que en su tradición se sostiene que la verdad es revolucionaria? Si no conseguimos revitalizar nuestro maltrecho cuerpo social adoptando elevados estándares ético-políticos de decencia, veracidad y juego limpio, podemos encontrarnos en una situación donde la degradación de la sustancia democrática se torne irreversible. Dicho sea de paso, también esto tiene que ver con lo que pueda significar el valor “seguridad” para la izquierda.

8. Despertar, despertar, despertar. Reaccionar contra la narcosis donde quieren sumir a la sociedad. Lejos de vivir en el “mejor de los mundos posibles”, habitamos un planeta vulnerable donde los niveles de desigualdad imperantes son comparativamente mayores que nunca en la historia de la humanidad, e insoportables en términos absolutos. Este mundo es el infierno en vida para cientos de millones de personas: tantos millones, al menos, como los privilegiados para quienes se nos presenta bajo una faz más amable. Despertar para cambiar.

9. Nos hace falta una completa reorientación de prioridades. Dentro de dos siglos será el momento de decidir si hay que enviar una misión espacial tripulada a Marte, o no. Hoy de lo que se trata es de conseguir que haya agua potable en cada aldea de Mauritania, que los derechos de las mujeres se respeten en Kuwait, y que nadie padezca hambre en Centroamérica. Y se trata de una responsabilidad que nos atañe a todos: vivimos en un solo mundo.

(10. Una postdata para el entorno abertzale de ETA: la ocasión es única para que el grupo terrorista se desmarque de la abominable atrocidad de Madrid declarando una tregua indefinida, y busque un pacto que permita su desarme, y luego el paulatino restablecimiento de la convivencia en el País Vasco.)


[1] Zygmunt Bauman, En busca de la política (especialmente capítulo 1: “En busca de espacio público”), FCE, Máexico 2002.

[2] Francisco Pereña, La pulsión y la culpa –para una clínica del vínculo social, Síntesis, Madrid 2001, p. 8.

[3] Una guía imprescindible para ese viaje: Francisco Fernández Buey, La barbarie –de ellos y de los nuestros, Paidos, Barcelona 1995.

[4] Alberto Melucci, The Playing Self: Person and Meaning in the Planetary Society, Cambridge University Press 1996, p. 129. Citado en Zyg,munt Bauman: La globalización –consecuencias humanas, FCE de Argentina, Buenos Aires 1999, p. 18.

[5] Gustavo Martín Garzo: El hilo azul, Aguilar, Madrid 2001, p. 159.

[6] Mahatma Gandhi, Mi socialismo, La Pléyade, Buenos Aires 1976, p. 43.