Decía Luis Bonilla Molina, uno de los dirigentes del proceso bolivariano en Venezuela: “Ésta no es la revolución con la que soñábamos cuando éramos jóvenes militantes de trece años, pero es la que más se le parece”. Me parece una apreciación valiosa. Podríamos incluso rebajarla, diciendo: “…pero se le parece lo suficiente”.
No puedo dejar de conectar la frase del presidente del Centro Internacional Miranda (en Caracas) con la teorización del filósofo alemán Odo Marquard acerca del ser humano como Homo compensator. Constantemente la realidad frustra nuestros ideales y expectativas –llamémoslos A–, y nos vemos obligados a contentarnos con un plan B, intentando llegar a un lugar no demasiado alejado de donde inicialmente queríamos situarnos. Si no logro A, compenso con B. Y no se trata tanto de maximizar (magnitudes, valores, realización de ideales), peligrosísimo ejercicio, como de lograr lo suficiente: por ahí llegamos al enorme asunto de la racionalidad acotada de Herbert Simon (frente a la racionalidad maximizadora de la economía neoclásica, sin ir más lejos).
Ninguna revolución será la de nuestros sueños. La cuestión es que, en su sinuoso avanzar y retroceder por el campo minado de la realidad, no quede demasiado lejos de la misma.