pesimismo esperanzado u optimismo trágico, nos intima Juan Carlos Monedero

Podría argumentarse que existe una obligación moral de combatir el pesimismo: pues cada persona que cree en el triunfo del mal hace más probable el triunfo del mal.

La democracia exige ciudadanos de alta calidad (conocimientos, valores, virtudes, emociones), que a su vez sólo pueden formarse mediante prácticas democráticas de alta calidad. El círculo es perfecto. La única forma de escapar de la trampa es: partir del hic et nunc (del ahí sociopolítico), e intentar poner en marcha procesos autoamplificatorios de mejora, por modestos que sean.

(Pero en el “círculo sociopolítico” descrito arriba, también los procesos degenerativos son autoamplificatorios… y poca duda cabe de que las “democracias occidentales” están sumidas en este último tipo de procesos. Aunque sea una falta moral, según el argumento que expuse arriba, no puede uno dejar de constatarlo.)

No dejar de luchar, aunque no tenga uno más que un resquicio de esperanza de vencer. Si uno se halla dentro de un proceso lineal, es una tontería. Dentro de un sistema, con sus bucles de retroalimentación (feedback) positivos y negativos, es una apuesta algo pascaliana, pero sin embargo racional, creo.

De donde la siguiente norma, en mi idiolecto: situarse ahí, y dar por sentado que de uno depende que el universo se decante por el sí o por el no. 

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(El socialismo es imposible.) Imagine usted a un hombre que ha pasado casi toda su vida, los últimos cincuenta años, encerrado en una estrechísima mazmorra y aherrojado de tal manera que no disponía de libertad de movimientos. De repente es liberado, lo suben a una cima de los Alpes y le calzan unos esquís. La práctica del esquí es imposible.

(Manuel Sacristán sobre el luchar sin esperanza.) “Los indios [los apaches] por los que aquí más nos interesamos son los que mejor conservan en los Estados Unidos sus lenguas, sus culturas, sus religiones incluso, bajo nombres cristianos que apenas disfrazan los viejos ritos. Y su ejemplo indica que tal vez no sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo.”[1]

Lo único que nos salva de la negra desesperación es esa suerte de visión estereoscópica que continuamente busca hacer coincidir lo que es con lo que podría ser. 

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“La naturaleza, señor Allmutt” –le decía la indomable Katherine Hepburn a Humphrey Bogart en La reina de África— “es eso para cuya superación se nos ha puesto en este mundo”. Con perdón para la gran actriz de la Costa Este norteamericana, se trata de un punto de vista completamente trasnochado. Podía uno librarse a semejantes excesos autoafirmativos, rayanos en el narcisismo de especie, cuando aún no habíamos llenado el mundo: pero ahora está lleno. Habrá que buscar una nueva relación con la naturaleza, menos imbuida de competitividad arrogante y más inclinada a la pacífica cooperación, dicho sea con el mayor respeto a la bella pelirroja.

Hablando de superaciones: “Ya nada por cazar, está cazado todo lo cazable. La especie humana sólo puede seguir su camino renunciando a la caza. El superhombre es la superación del hombre, la superación del cazador. La relación antibiótica de la caza tiene que ser sustituida por una relación simbiótica entre los hombres y la relación simbiótica con la naturaleza. Superación de la lucha de clases y de la lucha con la naturaleza. Pero ¿cómo desmontar la máquina que con sus locos giros amenaza al mismo tiempo a la especie humana y a su nicho ecológico?”[2]


[1] Gerónimo: historia de su vida, recogida por S.M. Barrett (edición de Manuel Sacristán). Grijalbo, Barcelona 1975, p. 186.

[2] Jesús Ibáñez, “La caza del consumidor”, en Para una sociología de la vida cotidiana, Siglo XXI, Madrid 1994, p. 7.

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[Otro fragmento de Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003.]