pesimismo esperanzado

El pesimismo proviene de la magnitud de las amenazas, y desconocerlo sería abdicar de la lucidez. Pero se puede alentar una clase determinada de esperanza desde el pesimismo desilusionado (libre de ilusiones), actuando sin calcular la posibilidad de victoria, fuera de los esquemas medio-fin de la racionalidad instrumental. “El pesimismo no es un pesimismo que no hace nada, sino que sostiene la acción, cuyo sentido está en la acción misma, no por fuera de ella; no resulta de lo que va a venir después. Aunque tú fracases en términos de cálculo de éxito, ha tenido sentido lo que hiciste. Eso es también lo que pasa con la vida y muerte de Jesús. Jesús fracasa, es ejecutado como resultado de su acción. Cuando los cristianos lo resucitan, afirman que toda la acción ha tenido su sentido en sí, el fracaso no le quita el sentido. Jesús no calculó su éxito, ésa es su fuerza. (…) La única acción que hoy puede tener éxito es la que no busca el sentido de la acción en el éxito. Porque, frente a las amenazas [enormes], el cálculo paraliza, las probabilidades de fracasar son muy grandes, el sistema es enorme y sumamente complejo.”[1]Y ahí, paradójicamente, se hace posible el éxito: renunciando a la acción instrumental y al cálculo de las consecuencias (que nos paralizaría), se hace posible lograr algún éxito. Hinkelammert evoca uno de los cuentos jasídicos que recopiló Martin Buber: un rabí iba a prestar ayuda a una ciudad pero se enteró de que ya había tenido lugar un pogromo, y que ya no se podía hacer nada allí. Cuando da media vuelta se encuentra a Dios, quien le interpela: “¿Adónde vas?” El rabino responde: “Quería ir a esa ciudad, pero ya no hay nada que hacer, ya no tiene sentido para la gente que yo vaya”. Y entonces Dios le dice: “Es posible que esto sea así, pero para ti sí hubiera tenido sentido que hubieras ido.”



[1]Franz Hinkelammert: Teología profana y pensamiento crítico (conversaciones con Estela Fernández Nadal y Gustavo David Silnik), CICCUS/ CLACSO, Buenos Aires 2012, p. 90-91.