por mí que no quede

Recuerdo la siguiente historia que transmite mi amigo –mi hermano— Antonio Orihuela. “Un anciano caminaba por una playa de México tras una poco común tormenta de primavera. La playa estaba llena de peces moribundos arrojados por las olas, y el hombre los devolvía uno a uno. Un turista lo vio, se le acercó y le preguntó: ‘¿Qué está haciendo?’ ‘Intento ayudar a estos peces’, dijo el anciano. ‘Pero hay miles de ellos en estas playas, devolver unos pocos no sirve para nada’, protestó el turista. ‘A éste le sirve’, replicó el anciano mientras devolvía un pez al océano.”[1] Ese temple vital es también el de otro amigo-hermano, Rafael Hurtado, quien suele resumirlo en un dicho castellano que tiene siempre presente: por mí que no quede.



[1] Citado en Antonio Orihuela, Todo el mundo está en otro lugar, Baile del Sol, Tegueste (Tenerife) 2011, p. 289.