“Aquel viaje a la perfección casi acaba con nosotros”, explicaba al periodista en el verano de 2015 Miquel Ruiz, cocinero que se congratula de haber abandonado la estresante carrera en pos de las estrellas Michelín. Ah, pero es que lo mismo ocurre con todos los viajes a la perfección –y en particular con las excursiones a las sociedades perfectas y las instituciones perfectas…[1]
[1] Reflexioné sobre esto en Jorge Riechmann, “Por una ética de la imperfección”, capítulo 8 de Gente que no quiere viajar a Marte. Ensayos sobre ecología, ética y autolimitación, Los Libros de la Catarata, Madrid 2004.