La idea de los proyectos colectivos desapareció, sentencia el novelista Leonardo Padura. Está hablando de los jóvenes cubanos –agrupados por ejemplo en “tribus urbanas” en La Habana, donde cada uno de ellos y ellas buscan soluciones individuales[1]–, pero la observación parece generalizable a buena parte del mundo.
Y entonces estaríamos perdidos. Porque sin proyectos colectivos no hay política en sentido fuerte, claro está (política como actividad de autoinstitución consciente y reflexiva de la sociedad, nos precisaría Cornelius Castoriadis). Y sin política en ese sentido fuerte tampoco habrá manera de contrarrestar la deriva hacia el abismo donde nos encontramos.
El gran pensador greco-francés, en El ascenso de la insignificancia, fecha en los años cincuenta del siglo XX el agotamiento del gran período de creación política y cultural que arranca –más de siglo y medio antes— con las revoluciones americana y francesa.
Son los años de la televisión, conviene no olvidarlo. Desde entonces, desde los cincuenta, el dominio de las pantallas sobre la cotidianidad de la gente se va haciendo cada vez más intenso. Pero las de televisión son pantallas muy toscas: unidireccionales y poco eficientes en cuanto al control social. Hay un mundo entre tal tosquedad y la pantalla táctil del smartphone, ventana hacia esas “redes sociales” que nos tientan con su ambigua promesa de socialidad, esa densidad del “cara a cara” que se perdió progresivamente en la vida urbana moderna y que seguimos anhelando profundamente.
Y aquí, realmente, las posibilidades de control son infinitas… El Gran Hermano de Orwell nos va pareciendo un payaso infantil frente a lo que inaugura PRISM, y lo que vendrá después.
[1] Entrevista con Leonardo Padura: “El exilio mató la alegría de vivir de Cabrera Infante”, ABC Cultural, 21 de septiembre de 2013.