Recordemos cómo, a los generales o emperadores romanos en la exaltación del triunfo, un esclavo aguafiestas les iba susurrando al oído cada rato: “Recuerda que eres mortal…” Pero si pudiéramos ahora corporeizar la subjetividad dominante –con su ímpetu mercantilizador y tecnocientífico— en una de esas figuras triunfantes, erguida en su carro de sedicente ganador, probablemente su respuesta a la adminición recuerda que eres mortal sería: “Pero no por mucho tiempo… ¡Así que déjame en paz, so cenizo!”