Lo más valioso del Buen Vivir formulado desde los indígenas andinos –pero no sólo desde ellos, claro está— en naciones como Ecuador y Bolivia me parece ser su carácter de proyecto civilizatorio alternativo: suficiencia frente a crecimiento, calidad frente a cantidad, valor de uso frente a valor de cambio, tiempo frente a dinero, conexión con la Pachamama frente a disociación con respecto a la naturaleza, energía del Sol frente a combustibles fósiles… Pero los riesgos en la lucha por los conceptos, por la hegemonía cultural, por el “sentido común civilizatorio”, son grandes: lo sabemos muy bien. No hay más que pensar en lo que sucedió con la noción de sostenibilidad/ sustentabilidad en los últimos treinta años. El Buen Vivir como proyecto civilizatorio alternativo nunca debería degradarse a eslogan útil para construir autopistas o remozar los centros urbanos de nuestras insostenibles ciudades.