¿salvarnos trepando por los bejucos de oro?

En la cosmogonía de las comunidades Tule o Kuna (indígenas de Panamá y Colombia), Pápatummat y Nánatummat (literalmente “Abuelo” y “Abuela”) son los creadores del universo. La estructura de la Casa Grande (Onmakket Neka o Congreso, el primordial centro de reuniones de los kuna) reproduce simbólicamente la estructura del mundo: de hecho, la palabra neka designa a la vez la casa que se habita y el universo. Pues bien, una tradición kuna sostiene que “esta casa se convierte en una nave que está conectada a través de los bejucos de oro con la Casa de Oro de Pápatummat y Nánatummat; por eso se dice que si ocurriera la tragedia en la Tierra, las únicas personas que se salvarían serían las que esté dentro de la Casa Grande, escuchando las historias milenarias de los pueblos, ya que esta Casa inmediatamente se convertiría en una nave que emprendería el vuelo hacia la Casa de Oro”.[1]

 

La fantasía que abriga la cultura dominante en Occidente, referente a las naves espaciales que “si ocurriera la tragedia” nos llevarían a algún exoplaneta habitable, previa escala en un planeta Marte “terraformado”, no es más verosímil que esta tradición kuna.

 

Por lo demás, “la tragedia” ya está ocurriendo para ellos. La mayoría de los kuna o tule (o gunadule) viven en el nordeste de Panamá, en un vasto rosario de aldeas asentadas en alrededor de 360 islas y arrecifes coralinos. Ya las están viendo amenazadas por la subida de las aguas que causa el calentamiento climático, y algunas comunidades han tenido que organizar ya la migración a tierra firme.[2]



[1]Abadio Green (líder kuna colombiano) en Roberto A. Restrepo (comp.), Sabiduría, poder y comprensión. América se repiensa desde sus orígenes, Siglo del Hombre Eds., Bogotá 2002, p. 78.

[2]Ander Izaguirre, “Los gunas se quedan sin islas”, El País, 9 de diciembre de 2014; http://elpais.com/elpais/2014/12/09/planeta_futuro/1418135985_659104.html . Uno de los habitantes de la isla de Gardi Sugdub, Delfino Davies, narra así una tormenta de 2008: «A las dos de la noche comenzó la tormenta. Primero hubo truenos, ¿sí?, luego llovió bien fuerte, fuerte, fuerte, sonaba como tambores en los tejados de zinc. Nos despertamos con susto. El viento movía las cabañas. En el centro de la isla no lo sabíamos pero en la orilla oeste las cosas estaban mucho peor. La marea subía y a las cuatro de la noche el mar entró en las cabañas. Las familias de allá vinieron corriendo al centro de la isla, decían que las olas eran como montañas, que estaban tirando las paredes de bambú, que se llevaban flotando los tejados de fibras de palmera. Se destruyeron unas diez casas. Fue peor en otras islas, las que están más afuera. De Coibita vinieron a pedirnos ayuda porque el mar les estaba tapando la isla. Fuimos en barcos a sacarlos de allá».

                Atencio López, indígena natural de la isla de Dad Naggüe Dubbir que ahora vive en Ciudad de Panamá (donde trabaja como abogado), argumenta: «El calentamiento global lo producen los países industrializados y lo sufrimos nosotros. Nuestros antepasados ya vaticinaron que desapareceríamos bajo las aguas. Si atentamos contra la naturaleza, la abuela Muu nos castigará. La abuela Muu es el mar. Los antepasados también dijeron que desapareceríamos por el fuego, y eso es el calentamiento global explicado con otras palabras. Cuando atacamos a la naturaleza, el fuego y el agua se unen para castigarnos. Nuestros sacerdotes nos lo recuerdan siempre, yo desde niño vengo escuchando el miedo a la inundación».

                En 1925, una triunfante revolución kuna logró echar de sus tierras a madereros, bananeros, caucheros, buscadores de oro, pescadores de tortugas e incluso a la policía panameña, y a partir de 1938 obtuvieron una autonomía bastante sólida.