Alba Rico, crítico con el proceso interno de Podemos
Santiago Alba Rico no ha perdido su entusiasmo con Podemos, donde participa activamente, pero es crítico con el proceso seguido por el núcleo dirigente del nuevo partido en las elecciones internas que decidirán la composición de la Comisión de Garantías, el Consejo Ciudadano y la Secretaría General. Los nombres de los componentes de estos órganos se sabrán esta mañana y se harán públicos durante un acto que Podemos celebra en Madrid con la presencia entre otros de Pablo Iglesias y el líder de Syriza, Alexis Tsipras.
Alba Rico escribió sobre Podemos en su artículo de opinión publicado en el último número de ATLÁNTICA XXII. Pero, en relación a las elecciones internas en el nuevo partido, esta semana envió un añadido al artículo en tono crítico. Reproducimos a continuación ahora ambos textos.
Podemos y todas las tormentas
El pasado 19 de octubre, el taxista que nos llevaba al palacio de Vistalegre en Madrid reconoció enseguida el destino de nuestro viaje: “Ah, vais a la cosa esa de Podemos”. Y añadió: “Ese partido al que va a votar todo el mundo”. Más que el número de inscritos o las encuestas, más incluso que el hecho de que algunos taxistas proletarizados vayan a apoyar Podemos en las próximas elecciones, la pujanza casi biológica de la nueva fuerza política se resume en la naturalidad con que se pronunció esta frase. Si, para los taxistas de Madrid, Podemos es “el partido al que va a votar todo el mundo” es porque Podemos forma parte ya del horizonte hegemónico, cultural y político, de nuestro país. Una de las dinámicas más inquietantes e infalibles de la lógica electoral es la que ciñe este principio: todo el mundo vota lo que vota todo el mundo. Las esperanzas y los peligros que sobrevuelan Podemos tiene que ver con este principio.
De los peligros internos ya he hablado en otras ocasiones. La necesidad de articular las distintas especies que constituyen desde el principio el organismo total -peces, mamíferos, aves, nubes- en aras de un proyecto democrático ganador que integre los consejos dirigentes, los círculos, los inscritos y los votantes, ha generado debates y pugnas, a veces ásperas, que ahora, una vez decidido el marco organizativo, deberían al menos mitigarse. La única manera de que, tras la tensa pero emocionante Asamblea del penúltimo fin de semana de octubre, no haya ni ganadores ni perdedores es que los ganadores sean generosos y los perdedores valientes. Por primera vez en la historia de España la gente ha fundado y dado forma a un partido político y esa gente -esa gente concreta que quiere volver a llenar todos los huecos- exige el nacimiento sin fórceps de una criatura imperfecta pero limpia y manejable. Saber nacer es aún más importante que saber ganar porque -lo sabemos por experiencia histórica- es precisamente su condición. Ninguna otra fuerza cuenta con la doble ventaja de una gestación democrática y de una gestación, además, sin la memoria contaminante de un pasado muerto.
Los peligros externos son enormes. Podemos es la primera fuerza política desde 1931 que la casta vive como una amenaza real. Su primera reacción ha sido ya agresiva y abyecta, pero es apenas un pellizco de lo que aguarda si las cosas se hacen y salen bien. No solo no cabe evitar la confrontación sino que esa confrontación es, al revés, la condición de los cambios que Podemos debe realizar en España, la llave de ese proceso constituyente que refunde una España democrática en todos los sentidos; es decir, en lo político, en lo ético y en lo económico-social. Para esa confrontación, en la que las castas nacionales e internacionales no excluirán ningún medio, se necesitarán cuadros, militantes y movimientos sociales activos y bien articulados, lo que vuelve indispensables los círculos e inexcusables los acuerdos internos; y se necesitará, por supuesto, un apoyo social firme y cada vez más consciente y afinado.
En esta ecuación casi imposible -pero de pronto casi real- el eslabón más endeble, el punto por el que se puede quebrar toda la guirnalda, es el último. No hay que olvidar que ese sentido común que Podemos justamente invoca y sin el cual no se puede ni se debe ganar nada -ni siquiera la lotería- es en realidad un “basurero” compuesto de toda clase de desechos: grandes pequeños principios, sí, pero también residuos diurnos consumistas y televisivos (décadas de descomposición capitalista de la ética común) que convierten a la gente en la pieza más vulnerable. No es solo que la confrontación previsible pueda perderse por ahí; es que la condición misma de la confrontación, que es la victoria electoral, puede malograse anticipadamente por esa causa. El crecimiento biológico y exponencial de Podemos en pocos meses -hasta comparecer ya como segunda fuerza política del arco electoral- promete tanto como asusta, pues su levadura puede desinflarse tan rápidamente como se ha levantado. Allí donde las mayorías sociales son atraídas por grandes principios y pequeñas desesperaciones, en un contexto de crisis acuciante y de baja formación política y cultural, la decepción vertiginosa -el despecho fulminante, reverso del entusiasmo explosivo- es un peligro real.
Para ganar las elecciones y para aguantar luego la confrontación es necesario garantizar el apoyo de una mayoría social volátil e insegura a la que habrá que saber anclar y convencer de manera permanente. La casta lo sabe y hará todo lo posible para desinflar insidiosamente -violentamente- ese globo. Y es ahí donde de nuevo juegan un papel decisivo las relaciones de fuerza internas y la buena gestión del proyecto. Durante décadas la izquierda podía cometer errores con toda libertad, pues sus errores no introducían ningún efecto, salvo el de dividir aún más sus diminutas filas. Podemos es hoy una amenaza para la casta y por eso sus errores cuentan. Por primera vez podemos ganar, pero por primera vez podemos también equivocarnos con consecuencias.
Tenemos que hacer las cosas tan bien como podemos hacerlas, nunca peor (pues la casta no las va a hacer siempre tan mal como ahora). Y ello implica no solo modular los discursos y las prácticas para arrastrar a la gente sin traicionar promesas ni principios, en el filo entre el populismo y la pedagogía política, sino también evitar todo tic formal o real de la vieja política -y de la vieja izquierda- que la gente con razón rechaza: rivalidades narcisistas, divisiones, elitismos de toda clase, sectarismos, gestos gratuitos de poder. Esta ecuación casi imposible y casi real se puede descomponer como un terrón mojado si erramos un solo paso. En lo que dependa de nosotros, por favor, no invoquemos más tormentas de las que ya emborrascan los cielos.
Coda
Este artículo fue escrito hace dos semanas, antes por tanto de la presentación de las listas de candidatos al Consejo Ciudadano y a la Comisión de Garantías de Podemos. La presentación por parte de Pablo Iglesias y del “equipo promotor” de una “lista completa” -que no “cerrada”- demuestra a mi juicio que finalmente los ganadores han sido menos generosos que valientes los perdedores, los cuales han tendido la mano y han retirado luego su propia lista “incompleta”, encabezada por Pablo Echenique. Desde el punto de vista de las formas y los principios, el gesto del grupo promotor produce bastante desconcierto, pero es que incluso desde un punto de vista “maquiavélico” (la construcción de un “partido ganador” que conjugue control y legitimidad) es un gravísimo error. El “gesto” de la lista completa -que no cerrada- tiene tres efectos largamente deslegitimadores:
1- Todo el mundo se fija en el gesto y nadie en la lista, en realidad muy plural, compuesta de gente variada, competente, brillante, crítica y preparada para la tarea, ahora fundida en “el círculo de poder de Pablo Iglesias”, como titulaba El Mundo minutos después de conocerse la noticia. El gesto, digamos, ha matado a la lista, sin duda la mejor que cabe imaginar, salvo porque hubiera sido aún mejor si hubiera sido un poco más corta.
2- Deja fuera -como poco- a Pablo Echenique, que debería estar en el Consejo Ciudadano -por justicia y como herramienta política fundamental- ampliando con ello un conflicto interno que podría haberse desactivado y que pasará factura.
3- Se solivianta a mucha gente sencilla que, sin ninguna relación con la confrontación interna ni con Izquierda Anticapitalista, se había creído desde los Círculos y en las redes los nuevos principios de participación y democracia. Hubiera bastado dejar un hueco formal, sin ningún efecto de hecho en términos electorales, para haber garantizado su entusiasta adhesión a la lista de Pablo Iglesias y al proyecto general.
No se va a ganar mejor sino peor -mucho peor, con menos apoyo y menos legitimidad- exaltando a la “gente” y menospreciando las formas y a la gente -concreta y sin comillas- que las defiende. Sigo creyendo lo que Podemos dice, lo que reivindican también, dentro y fuera de la lista de Pablo, sus inscritos y simpatizantes: el único abrelatas rápido, seguro y eficaz (para descerrajar el régimen) es la democracia. No corramos el riesgo de quedarnos a medias por no querer correr el riesgo de obrar según nuestras declaradas y sinceras convicciones